A mediados del siglo XX, comenzaron a aparecer en la provincia de Almería trajes que eran denominados de gitana, sevillana o andaluces, en alusión a su origen, porque tenían sus antecedentes en las ropas populares que vestían las mujeres en el siglo XIX, en el valle del Guadalquivir, sobre todo en la provincia de Sevilla y limítrofes, y que las élites sevillanas empezaban a usar como símbolo de identidad colectiva que representara sus raíces y tradiciones. Para los almerienses, aquellos ropajes eran alóctonos, porque sus antepasados habían usado otros tipos de prendas para acudir a las ferias y fiestas, con una estética diferente consecuencia de su propia personalidad que procedía de sus raíces y tradiciones singulares.
Aquí, estos trajes andaluces fueron introducidos por las élites sociales; que emularon y copiaron a las élites sevillanas; al ser incapaces de comprender el alto valor identitario y etnográfico que tenía la indumentaria autóctona, la cual, no estaba inspirada tanto en las clases más modestas, sino que era producto de una representación social más extensa en la que se incluía grandes hacendados y propietarios, con trajes de gran riqueza ornamental y artística.
El siglo XX había empezado con una gran crisis económica que continuaba hasta esas fechas, por lo que lo almeriense para estas élites se identificó con pobreza, hambre, emigración y, lo sevillano, con riqueza, moda e ilusiones renovadas.
Es en este contexto en el que se empiezan a introducir tales ropajes. Pero, como los almerienses venían usando los trajes tradicionales de sus antepasados y esta era su carta de presentación ante el mundo hasta esas fechas, estos trajes sevillanos, se encontraron que entraron en competencia con ellos y tuvieron que desplazar a los autóctonos en su uso público, tarea que fue lenta y que, aún sigue presentando debate social.
El primer paso que se dio en la aculturación que supone este proceso, fue destronar a la indumentaria tradicional almeriense del papel principal de representación social que había ostentado hasta ese momento, y se institucionalizó una corriente que consistía que, en fiestas y ferias se vestía a la reina de estas al estilo sevillano y, a las damas de honor dejarlas en un segundo plano al estilo autóctono. Así, la protagonista de la fiesta, la envidia de todas las miradas era la niña o mujer vestida de sevillana, y las vestidas de almerienses fueron perdiendo poco a poco todo protagonismo, quedando relegadas a un papel segundón que fue eclipsándolas.
Este estereotipo o cliché, lo hemos visto reflejado hasta en las posiciones que ocupaban las personas en las fotografías, en las que, las vestidas de andaluzas ocupaban los primeros planos del encuadre y las vestidas de almerienses aparecían en un discretísimo segundo plano. Lamentablemente llegó un momento, en el que los trajes almerienses no se utilizaron ni siquiera para las damas de honor, desterrándolos de todas las representaciones institucionales.
Desde el año 2014, se viene produciendo una corriente crítica de pensamiento, que lucha por recuperar el uso social e institucional de la indumentaria tradicional almeriense, para llevarla al lugar que se merece la dignidad del pueblo de Almería. Se estaba avanzando lentamente en esta dirección, con la promoción de un certamen de indumentaria tradicional almeriense en la feria, con el beneplácito del ayuntamiento que estaba apoyando el acto algo digno de elogiar.
Sin embargo, este año, después de seis ediciones seguidas y dos años sin feria por la pandemia mundial, el ayuntamiento ha suprimido dicho certamen sin explicaciones convincentes. A la vez, ha inaugurado la feria con la alcaldesa en funciones y las concejalas vestidas de sevillanas, con un pequeño grupo de mujeres a sus lados ataviadas de almerienses, es decir, repitiendo otra vez más, el cliché antes denunciado, por el que la ropa sevillana es la principal protagonista del evento, y la almeriense es la secundaria. Lo que viene a ser lo mismo que discriminar, despreciar y ofender nuestras tradiciones a las que les dan un papel secundario. Y esto, además, con más gravedad, puesto que la alcaldesa ha explicado llevar veinticinco años sin vestirse, eligiendo hacerlo de sevillana en vez de almeriense, siendo la alcaldesa de Almería en vez de la de Sevilla.
Es cierto que, cada persona tiene la libertad de vestirse de lo que quiera y le guste, y todas estas personas son a nivel individual libres de ejercer su derecho como mejor consideren oportuno, pero, cabría realizarse la pregunta de si los personajes públicos que son representantes de las instituciones, tienen alguna obligación moral con la sociedad a la que representan, por la que deban tener en consideración a todas las sensibilidades sociales, o pueden elegir ellas libremente por cual se decantan de las que existan, en sus actos representativos institucionales.
Es decir, ¿su libertad individual, les da derecho a vestirse de sevillanas sin más, o tienen el deber y la obligación de vestirse también de indumentaria tradicional almeriense, por el cargo y la representación que ostentan? Tras los hechos acontecidos, quizás sería momento de abrir un debate público en esta dirección y preguntarle a la sociedad almeriense, si creen que los representantes de las instituciones deberían de mantener una posición neutral y no vestirse de nada en actos de estas características, si deberían de hacerlo al estilo tradicional almeriense, al estilo de Sevilla o con un uso compartido de ambos.
Otra pregunta a formular sería, si creen que deberían las instituciones promover el uso institucional de la indumentaria tradicional almeriense, para que alcance de nuevo el reconocimiento institucional que tuvo antaño, y si esta debe de usarse con un papel secundario y la sevillana principal o en todo caso al revés.
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