Invernaderos de Almería

Un día fui a la Alhóndiga de La Aldeílla, para ver la subasta de las hortalizas

Diego Alonso Berbel
09:00 • 03 sept. 2022

Con el deseo de dar a conocer la provincia de Almería, voy a escribir de los invernaderos. 



En 1950 un escritor inglés llamado Gerald Brenan fijó su residencia en Yegen. Nos cuenta en su libro “Al sur de Granada” que un día visitó la ciudad de Almería. Encontró que a partir de El Ejido había una llanura de 25 km que era un desierto. En la actualidad es una huerta de invernaderos.



En 1955 me bañé en la playa de Aguadulce, municipio de Roquetas de Mar. Se me ocurrió hacer un hoyo en la arena de medio metro y brotó agua dulce. Lo comprobé echándome a la boca.



Cuando en 1982 me encontraba sentado en el aula de 7º B enseñando a mis alumnos, veía a lo lejos el pico Mulhacén cubierto de nieve, y lo consideraba el almacén de agua que abastecía nuestros pozos.



El Instituto de Colonización construyó tres canales: alto, medio y bajo. Cada uno de ellos era llenado con el agua de los pozos que lo acompañaban, a razón de 50 litros por segundo. De esta forma los convertían en pequeños ríos que regaban kilómetros de huerta.



Un día fui a la Alhóndiga de La Aldeílla, para ver la subasta de las hortalizas. Los agricultores llegaban con tomates, pimientos, calabacines, pepinos, berenjenas, judías y melones. Utilizaban furgonetas para transportarlas, entrando en fila india.



Pesaban su mercancía y la depositaban en lugar adecuado. La Alhóndiga es una nave inmensa con una pequeña oficina adosada. A la hora fijada el subastador comienza su tarea. Ante él permanecen sentados 30 hombres provistos de teléfono móvil, y con un botón a su derecha en el asiento.



Cada uno se ha puesto en contacto con comercios de Alemania, Holanda, Francia, Suecia, Dinamarca, Polonia y otras naciones europeas. Han preguntado por las necesidades actuales y de acuerdo con ellas compran.


El locutor dice que vende 30.000 kilos de tomates y pone el precio. Lo va bajando hasta que uno de los compradores pulsa el botón: Antonio, ¿cuántos quieres? – Que sean 2.000 kilos. – El locutor continúa la subasta hasta un nuevo corte. Termina diciendo a qué hora será la próxima. El comprador del primer corte elige los mejores tomates, poniendo sobre ellos un papel con su nombre. Lo mismo hacen los demás.


Al lado de la Alhóndiga hay 10 camiones con la boca abierta, preparados para engullir 25 toneladas de hortalizas, que llevarán a su destino tras un largo viaje.


Mi hija María del Mar vive en Stuttgart (Alemania) y cuando hace la compra se alegra de ver en las hortalizas los nombres de La Mojonera, Las Norias, La Puebla de Vícar, San Agustín, Roquetas, El Ejido, Las Marinas, Níjar, San Isidro, Campohermoso y otros muchos.


Los camiones se juntan en pequeños grupos para hacer viajes tan largos, con el fin de alimentar Europa y dar a España uno de los ingresos máa limpios y saludables. 


Además de los camiones nos gustaría usar el tren pero no tenemos. Es posible que algún día lo tengamos.


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