Lo veía devorando sus páginas con avidez y entusiasmo a la sombra de las higueras en las tardes de agosto. Más tarde me decía, esta es la mejor novela de Bolaño. Yo asentía, seguramente. Leonardo consiguió acabar sus mil y pico páginas y la dejó como regalo encima de la mesa antes de volver a tomar de nuevo un avión, esta vez con destino a París.
Ya han pasado meses desde entonces y por fin me he atrevido a empezarla. Me echaba para atrás su excesivo peso físico, pero en este caso la voluntad y el esfuerzo han podido sobre la pereza y la vagancia.
Está dividida en cinco partes. Cada una de las cuales puede considerarse como una novela independiente y se barajó la idea de publicarla así, pero al final se respetó la voluntad inicial de su autor, y se publicó en 2004 en un solo volumen, un año después de la muerte del escritor chileno.
Una gran obra póstuma que abarca una visión casi global de los acontecimientos humanos e históricos del siglo XX, junto a la injusticia que acaece en un mundo que inaugura el XXI.
Esto lo digo porque me he informado, pero todavía voy por la primera parte y no puedo contar mucho más de ella, salvo recomendarla, eso sí.
Últimamente me he aficionado a leer acompañada de un lápiz para subrayar cualquier frase, palabra o locución que me llame la atención. La otra noche hubo una que me produjo ese efecto. Sin necesidad de tener que contar todo lo que precede, creo que llega a lo más hondo: “Nada queda atrás”.
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