En la última tarde sabatina acompañaba al cortejo procesional de San Gregorio ostiense, patrón de mi pueblo, donde han concluido los fastos en honor del santo italiano, país el suyo donde, como en el nuestro, tan dados somos a conmemorar con pólvora estas celebraciones, como recordara el galeno de la localidad, Pedro Martínez Torres. Entre los asistentes, muchos conocidos, algunos amigos y no pocas ausencias involuntarias.
El discurso de la tarde me desveló otras reiteradas y viejas ausencias de quienes sin motivo ni razón se dejan llevar por un precoz e injustificado olvido de cuantas páginas han escrito sus vidas en un entorno humano y familiar concreto, y en un paisaje físico determinado. Son los renegados de cuanto ha dibujado su pasado, las personas que reniegan de sus orígenes, de sus raíces, de su pueblo o ciudad, de sus amistades y hasta de sus propios familiares. Tal hecho es causa de ofensa y decepción en quienes no comprenden dicho comportamiento.
Sin embargo, quienes olvidan adrede su identidad no encuentran problema alguno en ello. Nuestras raíces y orígenes son parte fundamental de nuestra identidad y nos definen como personas. Negarlos o despreciarlos es negar una parte importante de nosotros mismos y nuestra historia. Además, es una falta de respeto hacia las personas que forman parte de nuestro pasado y que han contribuido a forjar nuestra identidad.
Algunos reniegan de sus orígenes porque sienten vergüenza o discriminación hacia su lugar de nacimiento, su pueblo o ciudad, o su cultura. Esto puede ser debido a estereotipos o prejuicios que existen en nuestra sociedad, pero no es justificación para renegar de algo que forma parte de nuestra esencia e identidad. Otras personas reniegan de sus amigos y familiares porque no se sienten identificados con ellos o porque han tomado diferentes caminos en la vida. El desprecio hacia nuestros orígenes y las personas que forman parte de nuestra vida es un síntoma de falta de valoración y respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás.
Nuestras raíces y amistades son parte fundamental de nuestra historia y se merecen todo nuestro respeto y consideración. Debemos aprender a aceptar y valorar nuestra identidad para poder crecer como personas y como sociedad.
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