Los puertos que dejaron de ser nuestros

Hemos ganado en aduanas, hemos perdido en emociones; ojalá el Puerto Ciudad lo remedie

Un niño con su padre, en un concurso de pesca en el Puerto de Almería.
Un niño con su padre, en un concurso de pesca en el Puerto de Almería.
Manuel León
21:04 • 28 jun. 2023

Éramos unos críos cuando nuestro padre nos cogió de la mano para llevarnos por primera vez a ver el Puerto, como José Arcadio cogió a su hijo Aureliano, aquella tarde remota, para que conociera el hielo. Almería era entonces un poblachón meridional donde no había barreras ni vallas entre el Parque y el Muelle, entre la ciudad sureña y la llegada de los barcos con su botín de pescado plateado. Nuestros ojos de niño descubrían las grúas espigadas amagándose sobre los vapores; los pescadores con sus cañas encarnando masilla en el anzuelo, con el salabar dispuesto por si alguna captura se escurría como le ocurrió a Hemingway con su pez; las gaviotas graznando en el cielo, los gatos buscando raspas entre los espigones, los viejos rederos cosiendo los artes, los palangreros reponiendo jarcias, la colonia El Morato enfrente, brillando al sol; el olor a estopa y a salitre en la piel de los calafates, la figura de Paco, el hilero de La Chanca, vendiendo cuerda, los muchachos hundiendo la potera en un nido de mujos, los barquitos de vela saliendo, el melillero llegando cargado de soldados y de contrabandistas con los bolsillos  sembrados de relojes. Todo eso, tan demoradamente borgiano, ya no existe; los puertos ya no son de nosotros. La gente de Pescadería ha perdido el suyo, como los garrucheros, los carboneros y los abderitanos: los puertos se han convertidos en Gibraltares.



Aquellos paseos los pudieron hacer todos los padres e hijos que en Almería han sido hasta los años 80, hasta que el jefe del Puerto se convirtió en Autoridad y nos habló de la prosperidad que iba a suponer ser frontera de Europa con Africa y se construyó el ‘Muro de Berlín’. Ahora los puertos son de las prisas, de los buques, de los estibadores, de las montañas de yeso de Sorbas, de los puestos de policías, de los consignatarios. Ya no hay niños, ni padres, ni gatos relamiéndose; ya no hay pescadores de caña, los han echado, parece que son gente peligrosa. Para ir a un puerto de los del ‘Cuéntame’ vayan a Villaricos: a La Balsica y La Esperanza. Hemos ganado en aduanas, hemos perdido en emociones. Ojalá el Puerto Ciudad lo remedie.









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