Enamorada de ‘Pobres criaturas’

Por la mañana me enteré de la muerte de Paul Auster. Estimo a este escritor a pesar de que solo he leído una novela suya, “El libro de las ilusiones”, y no la recuerdo, pero intuyo que de alguna manera me deslumbró. De hecho, leo que es una de sus novelas más completa y hermosa. 

En una de mis estanterías me está esperando “4 3 2 1”, una de sus últimas grandes obras, y por casualidad me compré en Ceuta “Diario de invierno”. Iba buscando un libro de otro autor, pero no había nada de él en la pequeña librería que encontré. Sin embargo, yo quería comprarme un libro como recuerdo de Ceuta, o porque es lo único que me gusta comprar, y al final me decidí por este diario que Paul Auster empezó a escribir cuando se adentraba en la sesentena.  

Con motivo de su muerte no he parado de leer artículos sobre él, cuáles son sus cinco novelas imprescindibles, los premios que ha recibido, guiones que ha realizado, películas, pero lo que más me ha impresionado es el discurso que dio cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006.

Lo inició con una frase contundente: “No sé por qué me dedico a esto”, y a partir de ahí todo lo que expresó fue una sucesión de bellas verdades, repletas de reflexiones sobre el arte. El valor del arte reside en su inutilidad, dice Paul Auster, la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, lo que nos define como seres humanos.

Sin embargo, no tiene por qué ser algo útil o práctico, sino algo hecho por puro placer, por la gracia de hacerlo. Si a esto se une la necesidad ávida de historias que tiene el ser humano, podemos comprender cualquier manifestación artística como algo tan necesario como el comer. 

Es lo que sentí viendo “Pobres criaturas”: una auténtica liberación.