La cuna de La Grandeur y del laissez faire, de Montesquieu y la Ilustración; la cuna de la Egalité y de la Fraternité, de Proust y de Balzac; la cuna de Marianne, con el gorro frigio y el pecho al aire como símbolo de la Liberté, se convierte de cuando en cuando -cada vez más de cuando en cuando- en una Dictadura infernal para los intereses económicos de Almería y por ende del resto de España. Ayer volvieron a hacerlo varios centenares de agricultores franceses: volvieron a cortar la Autovía para fastidiar a los camioneros almerienses y por ende a la industria hortícola almeriense. Volvieron, estos galos poco elegantes, a utilizar al tomate y al pimiento urcitano como escudo de defensa contra lo que considera un perjuicio: el acuerdo preferencial de comercio de la UE con los países de Sudamérica (Mercosur) que consideran, y están en su derecho a considerarlo, que lesiona el precio de sus exportaciones de vacuno y sus producciones de arroz. Por eso, utilizan a la huerta de El Ejido, de Roquetas, de Níjar, de Pulpí o de Palomares que va cargada en camiones, para bloquear su paso a Alemania o a Bélgica y salir en los telediarios. A ver si así el acuerdo con Mercosur se replantea. Ahora es Mercosur, pero antes fue el vino y antes las verduras españolas pisoteadas por el asfalto de Le Boulou. Cualquier cosa vale para esgrimir ese puñal de encerrar a miles de camiones en una ratonera. Como en el patio del colegio: “Si no haces lo que yo quiero, no te junto”. No es Macron, no es el Gobierno francés, son unos descerebrados productores que quedan impunes (por eso son temerarios) y que causan pérdidas de cientos de miles de euros al invernadero almeriense por retrasos y entregas de mercancía fuera de plazo.
Ayer veíamos en las noticias a cientos de camiones, entre ellos algunos de J.Carrión y de otras firmas almerienses, hacinados en estaciones de servicio, esperando a que los gendarmes levantaran los cortes y las barricadas, comiendo un bocadillo de tortilla francesa con un café, hartos de retenciones y de bloqueos: profesionales del volante arrinconados en los arcenes y aparcamientos en el Alto Ampurdán; hartos, estos chóferes abnegados, de tener que pagar siempre el pato de los enfados de la tribu de Asterix y Obelix; hartos de que nadie compense pérdidas. Porque la carretera, para estos jornaleros de la ruta, es su oficina de trabajo. Nada hay más sensible en los negocios que un plazo incumplido. Si un periódico no llega a la imprenta, al día siguiente no sale, si una berenjena no llega a Hamburgo en plazo, no se vende. “Yo acuso”, escribió Emile Zola hace más de un siglo, autocriticando el sistema jurídico militar francés. Pues eso.
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