Tras la guerra mundial, la Europa destrozada comienza poco a poco a organizarse desde lo más necesario y básico como es el Tratado del Carbón y el Acero. Poco a poco los mandatarios se van dando cuenta de que para una Europa fuerte hace falta un mayor nivel de aglutinación política y cultural. Esto no es fácil entre pueblos soberanos que habían estado guerreando durante siglos. Sin embargo la utilidad de la unión era algo evidente. Tanto que los demás países de la eurozona trabajaron con ahínco por hacerse socios. A los beneficios del primer Plan Marshall le siguieron los fondos FEDER y mil ayudas más que han ido transformando las fisonomías urbanas de cada uno de los miembros. La crisis económica que padecemos le ha pillado falta de esa cohesión de la que tanto hablan los parlamentarios y no deja de ser significativo el hecho de que sean los tecnócratas quienes ocupen las presidencias de los gobiernos con problemas. El paradigma es Grecia. La cultura griega descubrió la democracia. Nuestra herencia es tan alta que a ellos debemos gran parte de nuestro pensamiento. Si diéramos un salto en el tiempo y viéramos quiénes dirigen ahora nuestra cultura, nuestra política y nuestra economía, nos quedaríamos aterrados. Son los especuladores, los bancos a los que con tanta insistencia desean rescatar. Y en el caso de Grecia hay quien dice que son los mismos que la hundieron. Para los mandatarios había temor de que rugiera el Toro mitológico de Europa que a veces se encarna en las clases más bajas.
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