Cada cierto tiempo, probablemente con más frecuencia de la que merecemos, Almería se convierte en el "trending topic" (el asunto más comentado) de la actualidad española. Tenemos muchas cosas buenas dignas de primera plana, pero lo que prima son las desgracias, ya sean éstas humanas, hijas tal vez de nuestra sociología en llamas, o naturales, derivadas del calor agosteño en este abrasado Sur.
El sábado y el domingo, mientras los almerienses consumían las últimas alegrías de la feria, por Bédar flameaba un incendio, incorporándonos así a la España requemada. Las investigaciones apuntan, según dice la prensa, a que se trata de un fuego provocado, tal vez una colilla escondida en el matorral. Ahora bien, ¿quién sería esa mano alevosa? ¿Cómo sabremos que hubo intención de crear el infierno en el monte y desalojar a las familias del pueblo? Dejemos que la policía y los organismos encargados de estos menesteres hagan su trabajo específico, pero mientras tanto también creo que vale la pena una pequeña meditación en los escenarios del tragedia, al tiempo que los trabajos de restauración refrescan la zona. Si el incendio ha sido intencionado es poco lo que podemos añadir salvo asociar al innominado agresor a la gente perversa (el mal por el mal mismo), pero si el desastre del fuego tiene algún sentido, ya sea económico o de proyectos futuros de construcción, entonces sí que debiéramos preguntarnos por la dirección que lleva la colilla. El otro día vi en la calle a un hombre bien vestido que recogía colillas del suelo. No tenía apariencia de mendigo, más bien de un padre de familia parado de los que ahora tanto abundan. Me hizo pensar: He aquí una consecuencia más de la crisis.
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