Vivimos unos tiempos en los que cualquier atisbo de individualidad es traducido inmediatamente como un individualismo desafiante, insurrecto o excéntrico, por lo que resulta cada vez más infrecuente encontrar a personas capaces de hacer circular sus pensamientos al margen de los carriles reservados a las grandes corrientes de opinión colectiva. Y esta circunstancia, que resulta siempre tediosa cuando no descorazonadora, experimenta en esta época uno de sus momentos más notables.
Terminada la Feria, se abate sobre Almería una especie de viscosidad emocional que sirve como pretexto y separación de ciclos temporales y hasta climatológicos que lleva a más de uno a pensar con abatimiento que estamos ya en invierno o que, de algún modo, se ha acabado el verano, cuando basta con salir a la calle para comprobar la pegajosa inexactitud de esa impresión. Todos los años pasa lo mismo y por sorprendente que parezca hemos terminado asumiendo con naturalidad que cuando suena el último petardazo de la traca hay que salir a buscar las rebequillas y empezar a tirar de esa panoplia de tópicos sobre el nuevo curso político, las tendencias de temporada (repetitivas variaciones escaparatistas sobre la campiña inglesa), el otoño caliente (¿acaso alguien recuerda uno que no haya sido anunciado de ese modo?) y los anuncios de variopintas colecciones por fascículos. De todos modos, puede que eso sea mejor que las consecuencias de la necesidad de crear noticias a diario: hace poco pude ver un reportaje sobre las toallas de playa usadas en el Zapillo. Ante casos así, casi se agradece el tsunami de tópicos de todos los septiembres.
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