Carrillo y Paracuellos

Carrillo y Paracuellos

Antonio Felipe Rubio
23:05 • 23 sept. 2012

Desde el profundo respeto al difunto, me asaltan dudas y un marasmo de confusión al conocer las primeras reacciones y las profusas referencias históricas que se abigarran entorno a la figura de Santiago Carrillo. 


Se toma como respetuoso signo de educación llorar sobre el finado y evitar en lo posible glosar rememoraciones que, aun ajustadas a la verdad, pudieran malparar el desarrollo de acto tan sublime como la despedida de un ser humano. Otra cosa es que estas prácticas, siempre deseables desde una perspectiva racional y compasiva, sean vulneradas según la ideología del cuerpo presente en cuestión y de quien le llora o infama.


En apelación a la proximidad temporal y al contexto del protagonismo en la Transición, nadie duda del papel determinante de Manuel Fraga para asentar las bases de la reconciliación nacional. Sin embargo, cuando D. Manuel cayó gravemente enfermo, algunos avezados comunistas se apresuraron a descorchar el champagne y brindar por la certera e inminente muerte que le sobrevenía, y que con indisimulado entusiasmo ya celebraban (publicado por el portavoz comunista del Ayuntamiento de Las Rozas). Y a esto hay que añadir las declaraciones de dirigentes de PNV, ICV, BNG, ERC y la izquierda vasca.




Sobre el cadáver de Fraga, Cayo Lara (IU) aprovechó el momento para acarrear sobre el finado que “se va sin que su partido haya condenado el franquismo”. Y, si no estoy equivocado, Carrillo “se va sin condenar los terribles crímenes del comunismo”. 


No es cuestión de remover el estigio gerracivilista, pero me van a permitir que subraye las clamorosas y notables diferencias de lo que algunos entendemos por educado respeto ante un cuerpo presente y la carnicería dialéctica que algunos diseccionan in rigor mortis.




Lamentando, como no puede ser de otra manera, la pérdida de una vida; lamento y reclamo aclaración sobre la brumosa historia que jalona la vida de D. Santiago Carrillo, especialmente el episodio de Paracuellos. 


No se entiende que un acontecimiento histórico tan reciente se convierta en un arcano. Creo que existen documentos, testimonios, hechos y memoria de tan execrable acaecimiento; pero, lejos de esclarecer y probar con rigor y contundencia documental, Paracuellos se ha convertido en poco menos que una leyenda urbana a beneficio de inventario de las dos orillas. Una orilla lo recluye y conjura; la otra, lo blasona como estandarte del horror. Y esto no dice nada en favor de la Historia, una ciencia capaz de profundizar en los albores de la civilización, pero inútil para esclarecer acaecimientos prácticamente coetáneos. 




Cierto es que a nadie se le remueve la conciencia por el modelo de vida de Ur de Caldea, Menfis o Pompeya y Herculano. Pero es anacrónico que se pueda reconstruir con afinado detalle la vida y costumbres de civilizaciones en base a vestigios y trazas paleohistóricas y, por el contrario, los fusilamientos de Parracuellos del Jarama carezcan de autoría reconocida y reconocible. No creo que estemos ante un caso tan controvertible como la Sábana Santa, pero sí existen coincidencias en cuanto a los reparos que se interponen para una exhaustiva y concluyente afirmación científica. Paracuellos es o no es para quien lea a uno u otro autor de según tendencias. Bueno sería para la verdadera memoria histórica que, sin más intereses sectarios, sea aclarado en toda su amplitud este episodio cuya veracidad me resisto a aceptar se lleve Carrillo a su tumba.  



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