Esta semana pasada ocurrió lo que nunca debió ocurrir. Eso que sueño cuando una indigestión me abraza la boca del estómago o una fiebre se me encierra en los ojos. Eso que a uno le cuesta asimilar porque tritura la letra pequeña del pedacito de buena suerte que le corresponde en vida. Pues exactamente eso ocurrió hace apenas unos días. Eso que ahora es esto y que escribo gritando: Michel Houellebecq estuvo recitando en Antas (Almería) y no me enteré. No se puede ser más desgraciado. A unos setenta kilómetros de mi casa, y yo no me enteré.
Todo comenzó el domingo por la mañana. Después de prepararme el café y la tostada de aceite y sal, me puse frente al ordenador con la intención de trabajar un rato. Nada. Resistí poco. Entré en Facebook y estuve navegando en círculo hasta que la mañana se resquebrajó y empezó a ponerse verdaderamente fea. Fotografías y fotografías y más fotografías emergían de mi pantalla. En todas ellas Michel Houellebecq aparecía acompañado de algunos de mis amigos. Fumando. Sonriendo. Charlando. Mirándose. Michel Houellebecq. El escritor francés. Mis amigos. Cabrones afortunados. Escuchando, escribiendo, gesticulando. Michel Houellebecq. Maldita sea. Michel Houellebecq. Si hasta lo metí como personaje en una novela y tiene un anaquel exclusivo en mi biblioteca blanca de Ikea. El escritor francés. Las partículas elementales o La posibilidad de una isla. Todo ese tema. Michel Houellebecq.
He tardado días en reponerme. He estado jodido. Este asunto me ha dejado tocado de la cabeza. No he querido que me cuenten nada sobre esa tarde de sábado en los bajos de la oficina de correos. No sé si lo soportaría. Lo anunciaron en prensa y en las redes sociales. ¿Cómo no lo leí? ¿Cómo no supe de la presentación a las ocho y media en Antas? ¿Cómo no me topé con ese acto que había organizado la Asociación Cultural Argaria? Ahora tengo miedo de que sigan ocurriendo cosas que no deben ocurrir. Ya saben. Cosas terribles. Cosas que tengan que ver con Don Delillo, Philip Roth, Paul Auster, Carol Joyce Oates o Richard Ford, por poner algunos ejemplos. Cosas que ocurran en nuestra ciudad o provincia y de las que yo no tenga noticia. Me puede el miedo. Michel Houellebecq volvió a Almería, yo no me enteré y eso no debió ocurrir nunca.
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