Poco ha faltado para que el San Juan Bautista del museo del Prado acabara convirtiéndose en un Ecce Homo cualquiera, al estilo del de Borja. Recuerdo que cuando era pequeño, en Albox, a los niños nos regañaban cada vez que nos ensuciábamos y llegábamos a la casa hechos un desastre: “Te has puesto como un Ecce Homo, vienes hecho un Ecce Homo”. Pues eso.
La restauración del ticiano que estaba en la iglesia de Cantoria ha durado nada menos que cuatro años. El conservador del museo del Prado, Miguel Falomir, ha aclarado que estuvieron pensando largo tiempo si merecía la pena intervenir la obra, dado que estaba prácticamente destruida: “Llegó a nosotros en un estado lamentable; hemos contabilizado hasta una docena de intervenciones anteriores a cual más deleznable y agresiva”. Viendo las fotos del estado del cuadro hace cinco años y las del estado actual, tras la restauración-reconstrucción, la metamorfosis parece cosa de un milagro.
Pese a todo, se aprecia a simple vista lo poco que queda en esa superficie del pincel del maestro veneciano, confinado tan solo a ciertas partes del arbolado y el celaje del paisaje del fondo. Da idea, no obstante, de lo hermosa que debió de ser la obra en su tiempo, un cuadro de una enorme categoría técnica y estética, perteneciente a la madurez plena del pintor.
Los curas, sacristanes, monaguillos, beatas y parroquidermos varios, son muy dados a tomarse la restauración por su mano. He trabajado para algunos de ellos, hace años, y sé lo que digo. Recuerdo a un sacristán de mi pueblo que un buen día decidió barnizar todos los santos de la iglesia con esmalte titanlux brillante para puertas; los veía demasiado mates y oscurecidos y se puso manos a la obra, cogió la brocha con sus propias manos y procedió. Y así unas cuantas más; todo queda en casa.
La cosa no es tema baladí, pues pone encima del tapete el proceso destructor del patrimonio artístico confinado en templos, iglesias y catedrales, que no tienen garantizadas unas mínimas condiciones de conservación para muchas obras de enorme altura, indispensables para la historia del arte. Creo que las grandes obras religiosas, pictóricas y escultóricas, para su correcta contemplación y conservación deberían estar en museos solventes, colocando copias facsímiles en su lugar de origen.
Algunos dirán que las obras fueron hechas para sus emplazamientos originales y ahí es donde tienen sentido, pero esto colisiona con la moderna visión del patrimonio para su conservación y su pleno disfrute estético por parte de la sociedad. Otros sacarán a colación la existencia de museos diocesanos que ya exhiben dignamente sus piezas, como cualquier otro museo… Lo que daría mucho que hablar, pues conozco pocos ejemplos que preserven los mínimos antes aludidos.
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