No me consta, la frase estrella

Antonio Felipe Rubio
23:20 • 23 ene. 2013

Una de las frases más conocidas recientemente y ampliamente extendida por los medios de comunicación es la pronunciada en Almería por dirigentes del PP: “No me consta”.


Tener constancia o hacer constar es sinónimo de exactitud y certeza; por tanto, decir “no me consta” es eludir el conocimiento de las cosas, quizá por desatención irresponsable o entrar en el umbral de la incertidumbre hasta aparecer la constancia de la prueba.


A nadie le consta saltarse un semáforo en rojo o rebasar la velocidad permitida, salvo que le pille un agente o el radar, y será entonces cuando aduzca excusas para admitir y justificar la constatada acción punible. 




Otra cosa, bien distinta, es asegurar “tengo constancia de que no…”. Tener constancia de que no se han repartido sobres o que no se ha financiado irregularmente, es tener la certeza, la seguridad y, sobre todo, transmitir la sensación de tener el control… aunque algo haya fallado.


Para ejercer el control sobre las cosas es preciso adoptar medidas establecidas en una rutina (briefing). Los comandantes de aeronaves han de tener constancia de que todos los sistemas funcionan correctamente antes de emprender el despegue del avión; así, y sólo así, consta y se deja constancia de que se han precavido todas la medidas de seguridad para realizar un vuelo con responsabilidad.




Un buen piloto jamás podrá decir que no le consta que, antes de despegar, desconocía si tenía suficiente combustible o no se desplegaría el tren de aterrizaje. Y no lo puede decir porque tiene constancia de que lo ha comprobado previamente. Otra cosa son los desgraciados accidentes: fallo fatal de propulsión, colisión con un meteorito, infarto de miocardio generalizado en la tripulación… en fin. 


Ningún partido político -constituido por personas, cada uno de su padre y de su madre- puede asegurar la honradez y honorabilidad de todos y cada uno de sus componentes. Además, aun existiendo las más férreas medidas de control, siempre habrá alguien que las vulnere y las esquive. No en vano, han existido fugas de presidios de máxima seguridad y desvalijado cajas fuertes “inviolables”. 




Las crónicas de la Antigua Grecia relatan las miserias y traiciones ejercidas desde el totalitarismo corrupto. El Imperio Romano está jalonado de magnicidios, deslealtades y enfermizas ambiciones que condujeron a su irremediable caída. Con esto quiero decir que la política y la democracia son más antiguas que la aeronáutica; de ahí que no entienda que hoy sea muy seguro viajar en avión y, por el contrario, extremadamente azarosa la honradez de un político proclive a la corrupción. Ya ha tenido tiempo la democracia (milenios) para poner a punto un impecable funcionamiento, libre de fallas e inmune a los intentos de socavar su integridad. Pero no. La democracia continúa sirviéndose de la corrupción y protegiendo a los más refinados corruptos que la pervierten… y sálvese quien pueda; que los hay, pero normalmente venidos a menos o caídos en desgracia o, simplemente, refugiados en la febril melancolía de la regeneración democrática.


Y lo peor es que nadie escapa de este contagio: a Sánchez Gordillo no le constaba que recibía doble sueldo; a Alfonso Guerra no le constaba el despacho de su hermano; a Felipe no le constaba Filesa; a Griñán no le consta fraude en los ERE… y aquí, en Almería, no les constaba a los asesores de Usero; ni a Pedro Molina le consta alternar su rectorado en la Universidad con el Consejo de Caixa Bank.  Sólo el restablecimiento de los valores morales puede ejercer el impulso hacia la regeneración democrática. La pérdida de moral, valores, ética, estética y vergüenza son los aditamentos para que una sociedad extraiga de si lo más infecto elevándolo a las más altas “dignidades” del ejercicio público.


Ni la justicia podrá con la corrupción. El Poder Judicial engrana con el Ejecutivo, y son los políticos los que regulan todo, casi hasta el aire que respiramos; y es en esa regulación (leyes) donde se hallan los resquicios para la protección y el blindaje de los corruptos.     


A mí no me consta que los políticos sean todos corruptos, pero sí puedo decir que tengo la constancia de que algunos son tremendamente corruptos.


He ahí la diferencia entre no tener constancia o tener la constancia de que no.



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