Es San Blas patrono de las enfermedades de la garganta, de los otorrinolaringólogos y de numerosas localidades españolas. En Almería, la festividad de este médico, obispo de Sebaste, en Armenia, y mártir cristiano, se celebró ayer en diferentes municipios con tradiciones y costumbres peculiares. San Blas es el patrón de Urrácal y también de Almócita, en la Alpujarra, lugares en donde como cada año ha recibido los honores correspondientes con pólvora, procesiones y otros fastos. En otras localidades el santo armenio bendice rosquillas y panecillos, y en Oria imprime propiedades curativas a los exclusivos roscos de viento, que con tanta destreza y acierto fabrican desde tiempos remotos en la confitería “La Polaca”. El don milagroso de sanar faringes y gaznates de San Blas está argumentado en la curación efectuada a un niño que vio atravesada su garganta por una espina de pescado.
El populoso barrio de San Blas, en Madrid, donde viví algún tiempo de mi periodo universitario, es uno de ellos. Cada año, cuando febrero abre sus postigos rememoro la historia que en los años estudiantiles nos hizo llegar, en un establecimiento de dicho barrio, Octavio, un mesonero castizo, natural de Meco, municipio situado a ocho kilómetros de Alcalá de Henares, acerca de la celebración de San Blas. Según el relato, el santo era muy venerado en su pueblo, en cuyos festejos de finales del siglo XVIII se organizaban explosivas trifulcas entre los mequeros y los estudiantes de la cercana Universidad de Alcalá que se sumaban a la juerga que con frecuencia concluía entre grescas y bofetadas.
La razón de tales algarabías no era otra que la costumbre admitida por las jóvenes de Meco de agasajar a los universitarios, lo que no entendían los mozos del pueblo. Las autoridades académicas intentaron, sin éxito, evitar la asistencia del alumnado a los festejos de San Blas. El resultado fue contraproducente: no era estudiante de pura raza el que no acudía a Meco. Un año, cuando los estudiantes bailaban con las muchachas, uno de éstos, conocido como Sotanillas, guitarra en mano, entonó una copla: "En Alcalá de Henares/ los estudiantes, a las niñas bonitas/ dan para guantes./ Anda morena/ vete con estudiantes,/ no te da pena". La composición fue replicada por una seguidilla en boca de un mozo mequero: "Fíate de estudiantes,/ que irás segura/ como pájaro en mano/ de criatura/¡Ojo, tirana¡/no vuelvas trasquilada/ vendo por lana." Terminados los cantos se entabló una encarnizada pelea entre los estudiantes y los jóvenes del lugar. El resultado de la disputa fue cruento: siete muertos y una treintena de heridos.
La última riña de las fiestas de San Blas, en Meco, se debió producir hacia mediados del siglo XIX, años en que la docta institución alcalaina fue trasladada a Madrid. A partir de ese momento, los festejos de San Blas se celebraron pacíficamente en el pueblo madrileño. Desde que conocí el relato de Octavio, cada mes de febrero recuerdo por igual al Sotanillas y a San Blas.
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