Uno de los argumentos más lamentables que se derivan de la corrupción “generalizada” que ha sido instilada en la sociedad es la sensación de estar perdido en un marasmo de manipulación, intereses cruzados, embeleco, protagonismo editorial enfermizo y oportunismo político.
Aún recuerdo el reconfortante papel que el periodismo ejerció en momentos de máxima alarma y turbulencia (23 F). La radio, durante “La noche de los transistores”, fue una lección de responsabilidad profesional que logró sosegar a todo un país al que le temblaban los cimientos de su incipiente democracia. Los mensajes, el relato, las intervenciones… en definitiva, la verdad de lo que estaba acaeciendo y el pernicioso alcance de la oprobiosa aventura emprendida, era motivo más que suficiente para razonar con sensatez y recordar aquellas intensas horas como las más transcendentes para un pueblo que resolvió con intachable responsabilidad; y, de aquellos momentos, el periodismo resultó insustituible en el marco de la libertad y la democracia. Pero de nada parece haber servido ésta y otras experiencias.
Tras el 23 F, el periodismo, acreedor de prestigio social e independencia, comenzó a ser rueda de transmisión del poder político y, en ese momento, comienza un declive que deviene en pérdida de credibilidad y generador de tendencias en función de la tendenciosidad de sus titulares. Uno de los episodios más recientes y detestables ha sido la administración periodística del 11M. Y ya parece amortizado, que no esclarecido, el mayor atentado terrorista del que no se tiene la certeza absoluta del arma homicida. Este es un indeleble baldón que pesará sobre la justicia involucrada con la política y presentado ante la sociedad con sectaria felonía periodística por algunos medios de referencia.
La libertad de información y la línea editorial han dirimido en burda manipulación que converge, casi siempre, en oscuros intereses políticos que estipendian los objetivos conseguidos a cambio de destruir el prestigio de la profesión periodística, y dejando desprovista a la sociedad de uno de sus asideros democráticos de expresión. La prensa, lejos de mantenerse como Cuarto Poder, se ha encamado en el cuarto con el poder.
El ingenio, la frescura, la crítica y la verdad son de agradecer; como es de agradecer una ideología perceptible en la línea editorial y la opinión subjetiva de periodistas sinceros; equivocados o acertados, pero honrados y coherentes. Otra cosa, bien distinta, es la beligerancia sectaria que se sustenta en libelos, documentos no indubitados o scouts fotográficos de portada.
El “caso Bárcenas”, que acaba de iniciar la singladura judicial, ha desatado ya las más intensas reacciones, juicios y sentencias por parte de los diferentes soportes periodísticos y, al mismo tiempo, los propios medios de comunicación se han enzarzado en miserables descalificaciones mutuas que me recuerdan los poco edificantes enfrentamientos mediáticos del 11 M, divididos entre la teoría oficial y los conspiranoicos. Se llegó a tal grado de inmundicia, que lograron dividir a las asociaciones de víctimas en función de las ideologías y las teorías sectarias.
Sin haberse establecido los criterios de veracidad y rigor los intereses políticos, otra vez, se han desatado en un ostensible oportunismo infecto. Lleve o no razón, Rubalcaba acaba de protagonizar el mayor ejercicio de irresponsabilidad y avería nacional que se traduce y cuantifica en pérdidas económicas, credibilidad y confianza; ahondando, más si cabe, en la desazón y la crispación de los ciudadanos socavados y sobrexcitados por la presión de la crisis.
El agravio comparativo y el mínimo atisbo de corrupción son el mejor combustible para incendiar a la opinión pública que, evidentemente, ya está que arde con las penurias y la ruina que nos asola. Y es muy importante que no dejemos influir por indicios urdidos con aviesos intereses. Esto no se resuelve tomando la delantera a la justicia y removiendo a un gobierno a golpe de titulares y consultas grafológicas. Hace falta una verdadera reforma de la Ley Electoral y una profunda depuración de tanto chorizo apegado a la política como solución a sus mediocres posibilidades vitales. Y los que dicen ser más puros y castos han de ser los más enérgicos ejemplos de cirugía expeditiva.
Lograron dividir a la población, hacen perder el prestigio del periodismo independiente y se convierten en uno de los mayores problemas para la sociedad a la que dicen representar. No está nada mal con tal de perseguir el poder como sea.
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