Mientras cocía unas patatas que encontré tiradas en un contenedor de un supermercado, un señor educado y con voz de presentador de televisión, llamó a mi móvil, dijo que era un asesor de Rajoy. Pregunta sí el Presidente, los ministros, diputados y unos cuantos secretarios de estado, podían manifestarse de forma pacífica y respetuosa, delante de mi casa, pero me quedé sin batería. Fui al bar de Manuela y a escondidas puse el teléfono a recargar, tengo cortada la luz desde hace más de un año.
A los pocos minutos el asesor vuelve a llamar, no dudo en preguntarle, el motivo de mi elección, ¿no podría ser cualquier otra persona? Él dice que de estas cosas se encarga un ordenador y yo tengo el perfil adecuado, para este acto de carácter simbólico, que no va suceder nada y está garantizada mí seguridad, solo pide discreción y cuando lleguen los periodistas, insista en lo mucho que me ha molestado el escrache del gobierno. Añade antes de terminar, que recompensarán estas pequeñas molestias con un trabajo de oficial de mantenimiento en la Moncloa, a cambio de mi silencio y siempre que actúe según las pautas que un hombre del Presidente me hará llegar.
Vuelvo a mi casa taciturno y huelo a patatas achicharradas desde la calle. Abro la puerta y el humo es como un guantazo sucio y a traición. Sentados en la cocina, dos hombres bien trajeados, imperturbables y con pequeños auriculares, hablan entre ellos. Uno saca un maletín con papeles y pone encima de la mesa un contrato de trabajo indefinido, que firmo entre toses. Pido una copia, pero por su mirada, creo que no va ser posible. Ultimamos los detalles de mi salvación y le juro que seguiré sus instrucciones punto por punto.
Durante la semana siguiente, aquellos dos hombres se convierten en mi sombra, entra y salen de mi casa cuando quieren, traen comida preparada por uno de los mejores restaurantes de la ciudad. El suministro eléctrico y el agua se han restablecido y hasta el director del banco, viene a casa para decirme que ya no hay problemas con la hipoteca.
Que bien lo hizo el señor Rajoy y Soraya, con sus silbatos y sus carteles de “Stop escraches a los políticos”. Montoro y de Guindos, llevaban cacerolas que no paraban de golpear con mucho ritmo, a la señora Mato, le regañaron pues apareció soplando matasuegras y tirando confeti, como si estuviera en una fiesta de fin de año, pero había que ver los entregados que estaban todos y el ruido que armaron, para saber lo que están sufriendo a consecuencia de esos desarmados que se manifiestan en el portal de sus casas o junto a las cancelas de su chalets.
Yo salí en pijama y con la barba de cinco días, enojado y diciendo que no había derecho a que invadieran mi intimidad, que en nuestra democracia había otros cauces para estas protestas y que ellos no tenían ninguna legitimidad para hacer lo que hacían.
Cuando desperté de aquella siesta aún olía a patata quemada y el estómago seguía vacío, pero al menos logre reírme de mis fantasías aunque mañana vengan a desahuciarme. Por cierto no acabo de comprender como es posible que tuviera todo el pelo lleno de serpentina.
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