O lo que es lo mismo, sencillamente, que los partidos vuelvan a hablar de política con mayúsculas, que aunque parezca paradójico llevan sin hacerlo desde hace años. Partidos encorsetados que no solo no fomentan el debate sino que lo impiden, y donde la militancia solo cuenta a la hora de elegir a los cargos.
Es penoso que partidos federados como el PSC y PSOE no sean capaces de organizar un mínimo debate sobre el asunto catalán, por no recordar los últimos comités federales socialistas con escasísimas intervenciones. Aquí la discrepancia no gusta, lo que vale es el seguidismo, cuando no la sumisión. Mal asunto cuando en un país solo se habla de política en esos espacios mediáticos de las tertulias.
Fin del bipartidismo
La arquitectura política que nació con la Constitución muestra síntomas evidentes de crisis que afectan principalmente a los dos grandes partidos.
El tiempo político en el que parecía no existir límites, de ilusión en el crecimiento infinito, codicia desatada, y un largo etcétera, está hoy más que cuestionado, incluida la clase dirigente que lo representó. Es más, contra todo lo que aquello significó hay una fuerte contestación y malestar social, que siente la necesidad de ajustar cuentas contra las élites del país, y que se expresa en el aumento de la antipolítica. Un problema éste que va más allá de nuestras fronteras y se hace visible en las últimas elecciones italianas, y en el auge de los partidos ultras en los países del norte.
Si los grandes partidos quieren volver a liderar el espacio político tendrán que ir más allá de escudarse en la crisis y valorar qué otros elementos pueden estar llevando a la desafección ciudadana.
Podría ser la hora de plantear cambios en el modelo de funcionamiento de los partidos, sumidos en las luchas partidistas y en las intrigas de poder. Por qué no empezar a pensar en otro modelo más participativo e innovador capaz de conectar con una sociedad más exigente que hace otras décadas. ¿Será posible que los aparatos de los partidos sean capaces de ponerse a la cabeza de los cambios o serán un freno a ellos?
La izquierda necesaria
En su último libro, el ensayista Josep Ramoneda considera crucial que la izquierda lidere la regeneración política con todas sus consecuencias si quiere salir de su actual situación. Las consecuencias de la falta de democracia interna y activa ha sido una desmovilización de la izquierda en general más que notoria, sin capacidad para la crítica que, constituye la savia de cualquier grupo social abierto.
En este contexto, se hace necesario recuperar el lenguaje y las ideas que son patrimonio del socialismo. O lo que es lo mismo, volver al relato genuino, el espacio de izquierdas y el discurso que le es propio, sin por ello regresar a postulados ya periclitados. Una izquierda crítica contra la perversión del discurso neoliberal y los efectos nocivos de la globalización. Una vuelta al socialismo austero en las formas que nunca debió perder su dimensión ética.
La derecha sin complejos
Los laboratorios ideológicos conservadores parecen haberse quedado en esa etapa de un capitalismo que subestimaba el riesgo y al que todo le estaba permitido porque habitábamos en el mejor de los mundos posibles.
Un capitalismo sin controles al que muchos responsabilizan de la crisis aguda que viven numerosos países. Pues bien, ese liberalismo a ultranza hegemónico hoy en el Partido Popular y del que Barcenas ha sido su epilogo, se quiera o no forma parte ya de una época y de un modelo de desarrollo ya finiquitado.
La derecha necesita tanto o más que la izquierda su renovación ideológica si quiere dar respuesta a los retos del presente. La falta de un proyecto renovado de país o de una comunidad política renovada es algo que atañe a toda la clase política y por extensión a toda la sociedad y ahora empieza a estar en el horizonte ideológico de todos si además de la crisis económica queremos salir de la crisis política e institucional. Pero hasta el momento, con el aparato doctrinario en manos del sector más conservador del PP pocas han sido las propuestas o ideas que han surgido para el mundo cosmopolita del siglo XXI.
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