Sexo oral

Admítalo: usted no me lee habitualmente, pero ha visto el titular y ya está aquí esperando procacidades sin codificar. Perdóneme, pero está usted en una columna seria, aunque hoy practiquemos un poco de escapismo de la cruda realidad con este jugoso asunto. ¿Cruda? ¿Jugoso? Usted disimule. En todo caso y quizás porque siempre he tenido por más gratificante el sexo oral que el escrito, he seguido con mucho interés las declaraciones del actor Michael Douglas en las que desvelaba que la razón del cáncer de garganta que acaba de superar no estaba en el tabaco o en el alcohol, sino en el sexo oral. Creo que después de esta revelación convendría exigir un pronunciamiento oficial de la Organización Mundial de la Salud, más que nada porque si se confirma la teoría del señor Douglas, habría que empezar a rotular mensajes tipo “Fumar mata” en la ropa interior, lo cual no sólo arruinaría el delicado diseño de las principales firmas de lencería, sino que también echaría a perder la última campaña publicitaria de calzoncillos protagonizada por Messi, esa en la que en lugar del mejor futbolista del mundo parece el de en medio de Los Chichos. Como ven, llevamos un rato hablando de sexo oral sin necesidad de mandar a los niños a su cuarto. Es un éxito que deberán agradecer a la esmerada educación que recibí en el colegio en el que, cuando me oyeron cantar por primera vez, no dudaron en ficharme para el Coro. Eso explica que mi grave y modulado tono de voz no obedezca a ningún tipo de padecimiento derivado de haber mantenido la misma dieta sexual que algunos conocidos actores. Lo mío es así de natural. Supongo que como lo otro.