Alumnos que acaban de realizar sus exámenes de Selectividad en Cataluña han denunciado la existencia de graves errores conceptuales en el enunciado de las pruebas a las que se sometieron: faltas de ortografía, ecuaciones mal planteadas y fallos cronológicos en los textos elaborados por los profesores encargados de evaluar su aptitud para cursar estudios universitarios. Toda una fiesta de la cultura y la educación. Y ni es la primera vez que sucede, ni tampoco el único lugar de España en donde nos podemos sonrojar al ver el nivel de los presuntos educadores. Recordarán que hace unas semanas la Agencia Andaluza de Evaluación Educativa realizó una serie de exámenes para la Consejería de Educación en los que se confundía los hexágonos con los octógonos, o aquella inolvidable inclusión de una letra del lírico dueto gaditano “Andy y Lucas” para un análisis de texto en otro examen de Selectividad. También debemos reseñar las perlas cultivadas que nos dejaron las oposiciones a maestro convocadas por la Comunidad de Madrid hace dos años, en la que hubo aspirantes a plaza que estimaron, con un par, que la gallina era un animal mamífero y que los ríos Duero, Ebro y Guadalquivir pasaban por Madrid. Pero no se trata de una casualidad o de una serie de infortunadas desdichas fruto de los nervios de la prueba. Es algo mucho más fácil que todo eso: las víctimas de la LOGSE han crecido y algunos se han hecho profesores. Sí; ya sé que otros se han hecho periodistas y que malparan a diario el castellano en las portadas y en las ondas. Pero no vengo a hablarles del aherrojado corporativismo que sostiene los cimientos de nuestra sociedad, sino de la incontestable evidencia del fracaso educativo que llevamos arrastrando en España desde hace décadas. Y si los profesores están como están, imaginen cómo estarán dentro de unos años sus alumnos si esto sigue así. Pero cuando desde esta evidencia se intenta corregir el rumbo del disparate, se ponen los gritos en el cielo y las pancartas en las calles. Pero el futuro no admite más dilaciones en la adopción de soluciones. Así que, o bien cambiamos en curso de la educación… o cambiamos el curso de los ríos.
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