Desconozco qué tipo de síndrome, abducción o empatía prevé la psiquiatría para diagnosticar un ferviente impulso por la preservación de una inconmensurable mierda. Supongo que será una tormentosa mezcla de síndromes: Stendhal, Diógenes, Estocolmo… o, con mayor acierto etiológico, el “gen del Cañillo”.
En Almería podría existir una virulenta latencia dimanante de las bombas de Palomares, efluvios de La Celulosa, emanaciones de la Campsa, baños de agua caliente en La Térmica, impregnación de polvo de mineral y recolección de hojas de morera en La Rambla. ¡Ah, qué tiempos aquéllos! Hemos perdido el romanticismo, la identidad, el sedimento cultural… y el hálito oriental.
Total; para hacer viviendas, parques y jardines, comercios, bares, restaurantes… cuántas oportunidades perdidas por no contar a tiempo con una legión (tres decenas) de “representantes” del todo Almería que auguran un grave “precio electoral” que pagará el alcalde de Almería por la destrucción del insigne pardo lienzo que impide enmarcar a Almería en la modernidad, el progreso y la liberación de mugre infecta.
No sé el grado de implicación del alcalde en la demolición del Toblerone; pero, de haber contribuido, tiene mi más entusiástico aplauso y, supongo, el de decenas de miles de almerienses al vernos liberados de tan molesto, invasivo e inútil artefacto en la ciudad.
Permanezco esperanzado en el desarrollo de un proyecto de suficiente calidad y estética que, a buen seguro, Quini llevará a feliz término para prestigio propio y lucimiento de la ciudad.
Junto a la demolición del mamotreto, queda pendiente la liberación de la tapia de Renfe (otro “precio electoral” para el alcalde) que supondrá una mayor conectividad y una percepción más doméstica de una ciudad históricamente invadida por la depredación del sector extractivo del mineral que, por cierto, no dejó el menor poso de riqueza ni atisbo alguno de burguesía: extraer, exportar, cobrar… y a correr; dejando su chatarra para deleite de los iluminados por el “arte” de ingenios industriales basados en un ajustado compromiso de economía funcional para la atenuación de daños mayores. O sea, lo más rápido y barato para tapar las vergüenzas.
Espero que el alcalde siga pagando “precio electoral” y culmine su máxima cotización trasladando el apeadero ferroviario a la zona de El Puche, evitando inconfesables intereses por devolver el transporte de mineral al Puerto recuperando el antiguo paso a nivel en la Avenida de Cabo de Gata. El peligro aún no está conjurado. La resistencia no siempre viste de perroflauta.
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