Ha subido el turismo en España un 4% el último año, pero no por méritos propios, sino por el hundimiento de países competidores, como Egipto, Túnez, Turquía,…
La inestabilidad del Mediterráneo meridional y oriental ha llevado a muchos europeos a preferir gozar de las antigüedades egipcias en el British Museum, en el Louvre o en exposiciones itinerantes, a que les peguen un tiro en El Cairo o en Luxor.
Otros destinos alternativos al nuestro tampoco están en condiciones de competir: porque les faltan infraestructuras, como Croacia, o porque la crisis afecta a precios, calidades y hasta comportamientos ciudadanos, como ocurre en Portugal o Grecia. Así que tan contentos, pero sin haber elevado el nivel de nuestro turismo, sino al contrario.
Borracheras Nuestros visitantes actuales son calificados en Cataluña como turismo de de chancleta, harta como está la gente de las borracheras masivas de Salou, del balconing alcohólico de Lloret o de la masificación de prostíbulos de carretera, frente a la menor presencia de viajeros en La Sagrada Familia o en el Museo de Dalí, pongo por caso. A esa imagen degradada del turismo en España contribuyen desde los sit com británicos como Benidorm, hasta la masiva difusión de las fiestas nacionales más primitivas, como los encierros de San Fermín, la Tomatina de Buñol o los Bous al carrer.
Masificación Frente a ellas y a la masificación de los espectáculos más soeces, promiscuos y etílicos, muy pocos viajeros conocen, por ejemplo, la maravilla del románico catalán, el arte andalusí o la monumentalidad de Castilla. En vez, pues, de cambiar el chip de nuestro turismo, confiamos su pervivencia a que dure la inestabilidad política en el Mediterráneo del sur. Triste, muy triste, consuelo el que nuestro futuro vaya ligado al deterioro de los demás.
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