¿Por qué Occidente habría de efectuar una acción militar en Siria?
Si toda guerra es un fracaso de la convivencia humana, la de esta zona del Próximo Oriente azuza todos los odios sectarios, políticos y religiosos de la región.
El régimen de Bachir al Assad es una sanguinaria dictadura laica, no peor que la de su padre ni la de otros países del área. En su contra se concita una oposición democrática —escasa y contradictoria—, el yihadismo más extremado de Al-Qaeda, los intereses de las monarquías feudales del Golfo Pérsico y el país aspirante a ser hegemónico en la zona: Turquía.
Como se ve, una amalgama de sectarismos que no augura que la alternativa a Al Assad sea mejor que él. Eso lo hemos visto en el Egipto post Mubarack, donde el régimen fundamentalista de Morsi se alineó con la oposición siria y donde los militares de ahora prefieren mirar hacia otro lado porque bastante lío tienen ya en su propia casa.
Ésa es una de las características más singulares de la crisis siria: que afecta a todos los países circundantes y fractura a los radicales islamistas —Al-Qaeda por un lado, y los libaneses de Hezbolá, en cambio, apoyando a Al Assad— y hasta a los nacionalistas kurdos, situándolos a ambos lados del conflicto.
Para acabar de enturbiar las cosas, Rusia apoya al laicismo del régimen sirio ante el temor del islamismo dentro de sus fronteras, al igual que lo hace Irán, socio de Siria en un colosal oleoducto que, curiosamente, perjudica a los sátrapas del Golfo y a sus aliados occidentales.
¿Es esta última razón, la económica, en vez del humanitarismo, la que impulsa el belicismo de David Cameron y de Barack Obama?
Como se ve, la guerra de Siria no es un conflicto de buenos y malos porque en él no hay nadie bueno.
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