Empieza septiembre y de un día para otro el chip prodigioso muta nuestra masa encefálica volviendo al cole, a la rutina en escala de grises tras el periodo estival que se supone luminoso, aunque en cuestión de colores y gustos ya se sabe, hay de todo como en botica, y cada uno cuenta según le va. Cuando escribo y lean este texto seguirá siendo verano, pero septiembre amenaza otoño, y a mí en particular no me mola, porque en cierto modo algo se desploma de inmediato, no solo las hojas o apéndices colgantes, vaya... Es mes de borrón y cuenta nueva con goma Milán en cuaderno Rubio, y eso que dicen que es cuando la mar está mejor. El tercio de verano más tonificante para el baño, menos asfixiante y sudoroso aunque languidezcan los días con final tristón tantas veces cantado: “el final del verano llegó y tú partirás” (¿les suena la copla Dúo Dinámica?).
Pelillos a la mar. Y ya que de mares territoriales hablamos, la bandera que no ha dejado de ondear en nuestro litorial y que he tenido el placer de vislumbrar esta segunda quincena de agosto a diario ha sido la verde; el Mediterráneo, una balsa. Bandera verde de nuestros padres e hijos, bandera de tesoro bajo los pies de arena (Maktub: está escrito). Atardeceres malva en el Cabo de Gata para corazones necesitados de color. Mañanas bullangueras en el Zapillo, de chiquillería y pesca con pan duro y garrafa de plástico martilleada frente al espigón de la Térmica con LA VOZ en la retina bajo sombra. Tumbadas, vuelta y vuelta como tocineta en plancha, con solo el carpe diem embadurnado de crema solar para el privilegiado, que lata de refresco y bocata de salchichón en mano entabla un diálogo acompasado. Y entre banderas, noticias que salpican el verano. Gibraltar y sus monos en chepa bucanera, eso sí con traje de rayas muy british, of course. Hay que ver lo bien que le ha venido al gobierno de Mariano ‘el meneillo’ en el Peñón para distracción del respetable. Su españolidad o no me importa un bledo, lo de la colonia cae por su peso en una Europa como la actual, y permanece el status quo porque manda el dinero y sus subterfugios, no la lógica, ni la política. En el fuego de artificio de los 300 años del Tratado de Utrecht los “simpáticos” de nacionalismo catalán se unieron a la celebración. En fin, Dios los cría y ellos se juntan en un medallero para bobos. Aún así, qué curioso es observar este verano, donde a pesar del “animado contencioso” uno de los incrementos en el turismo ha sido el de los británicos... Mirando al mar soñé, y aún sigo ahí, agitando desde la distancia las banderas verdes de este verano en la memoria. Mis banderas.
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