Tras el chasco mayúsculo de Buenos Aires, lo único positivo es sacar conclusiones e intentar explicar lo que ocurrió. No voy a detenerme en la euforia anterior al veredicto ni en los chistes populares sobre el inglés de la alcaldesa. Como se dijo nada más conocer la inesperada eliminación de España, cualquier cosa pudo darse toda vez que las votaciones eran secretas.
¿ Fue la crisis económica, la corrupción, el dopaje, el jeque? Resulta curioso el contraste de la doctrina que expuso la presentación de la Delegación española y la que dieron a conocer las otras dos candidatas. Mientras España hacía gala de que tenía construido un ochenta por ciento de las instalaciones y que sus Juegos serían austeros, los demás pregonaban un enorme presupuesto, tres veces superior al nuestro.
Como acaba de decir Juan Antonio Samarach Salisach, “mientras las otras dos podían explicar el cómo,nosotros teníamos que dar una grandísima explicación sobre por qué la crisis no afectaba al proyecto olímpico”. Para los delegados del Comité Olímpico Internacional (COI), que no suelen hacerle ascos al dinero, esto era una ventaja no desdeñable para ellos y un hándicap para nosotros... Así vemos que en la primera votación, España empata con Estambul, y a partir de aquí Tokio ve la salida. Apoya a Estambul y aleja el peligro de un posible triunfo madrileño.
Mientras tanto la Puerta de Alcalá, embellecida para las grandes fastos, se cuajaba de gente de todos los colores para celebrar el triunfo.
La prensa internacional, especialmente la de Nueva York y Londres, destacaba en sus editoriales que el triunfo sería para una nación que todavía no hubiese tenido Juegos Olímpicos.
La noticia del triunfo japonés no se hizo esperar. Nuestro Mariano Rajoy echó una mano viniendo desde San Petersburgo para apoyar con su discurso mitinero la candidatura de la capital española. Y es que se habían pasado todos pregonando nuestras posibilidades de llevarnos los Juegos de 202o a fuerza de repetir que ya habíamos superado la crisis.
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