Leo en una encuesta —y lo creo— que aplicaciones cibernéticas como Whats App y Facebook han provocado la ruptura de 28 millones de parejas. ¡La repera!
Resulta que quien envía mensajes electrónicos espera su respuesta inmediata y cualquier dilación le llena de sospechas: ¿qué estará haciendo ella?, ¿con quién hablará?, ¿quién es ese amigo que tiene su teléfono ocupado todo el rato?
Paradójicamente, mientras Whats App inspira arcaicos sentimientos de celos anteriores al tam-tam, Facebook es una especie de plaza pública en la que la gente exhibe sin pudor sus represiones más íntimas que los amigos más próximos ignoran. O sea: nuevos motivos de cabreo para las parejas y ruptura al cántaro.
Por eso, uno no es partidario de estas tecnologías que lo superan. Hace ya más de dos años me di de baja de Facebook tras sentirme agobiado por cantidad de mensajes que no esperaba, solicitudes de amistad de gente que desconozco, apariciones en mi perfil de tipos con los que no comulgo, invitaciones a eventos que no me interesan, peticiones de adhesión a campañas cuyos objetivos no comparto, etcétera, etcétera.
Y es que las nuevas tecnologías, en vez de aproximar a la gente, la distancian. Por ejemplo: en el hall del último hotel en el que acabo de estar he visto docenas de parejas enfrascadas cada cual en su pantalla electrónica sin hacer ni puñetero caso al otro. ¿Ayuda eso a fomentar la relación?
Se entiende, entonces, que las parejas actuales apenas duren un par de años. Claro que en el mundo de hoy eso es un montón de tiempo y que, a lo mejor, lo conveniente es no casarse, ni tener relaciones estables, ni nada que pueda perturbar la relación por Internet.
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