Según se desprende del último informe de la OCDE y de los análisis del agua de nuestros ríos, los españoles nos metemos de todo. Hay quien cree que por eso se vota lo que se vota. Pero si no guardara relación la ingesta masiva de estupefacientes, alcohol y ansiolíticos con la victoria electoral por mayoría absoluta de un personaje como Mariano Rajoy, no sería esa la única contradicción o extravagancia: pese a machacarnos el cuerpo y la mente con toda clase de narcóticos, nuestra esperanza de vida, 82,4 años, supera la media de la Unión Europea.
Como Rajoy se entere, nos pone la jubilación a los 80 años. Vamos ciegos pero, al parecer, nuestra vida es larga. Sabíamos que el alcohol es un buen conservante, pero ignorábamos que la cocaína, el hachís o el Orfidal compartieran esa cualidad. Cerebro que no ve, corazón que no siente. Al cerebro, donde se halla todo o no se halla nada si se embrutece, es al que se dirigen principalmente las sustancias que nos colocan y cuyos restos se llevan los ríos que van a dar a la mar. Que se lo pregunten al Manzanares, que va hasta arriba de opiáceos. Antes de caer sus residuos al modesto río de Madrid, toda esa droga pasó por el coco de la mucha gente que la frecuenta, y allí se mezcla con el alcohol, y con las pastillas, y con la nicotina, y con todo lo que, según parece, nos tiene con la voluntad floja. Vivimos 82,4 años, pero¿cómo vivimos? ¿Cómo sobrevivimos?
En los dos años que lleva el PP a calzón quitado, engolfado en su ajuste de cuentas a la población, la esperanza de vida no sé si se habrá mantenido, pero ¿y la esperanza secas? ¿Hay esperanza que resista dos años más en este paisaje de escándalos, corrupción, atropellos, insultos a la inteligencia e injusticia? No sé si algo más sobrios viviríamos más, o menos, pero seguro que viviríamos mejor.
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