Como la prudencia nos aconseja huir del exceso en cualquiera de sus formas, conviene no pasar por alto la desmedida precipitación de elogios que de manera ordenada se vierten ahora sobre la recientemente designada presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, revestida de méritos y capacidades tan cuantiosas como presuntas.
Y subrayo la presunción de la valía porque, hasta ahora, en lo único que ha demostrado sobrada cualificación la valorada lideresa ha sido en la urdimbre y el chalaneo. La fontanería de la casa, vamos. Y es que los andaluces tenemos a una presidenta más atenta a las cosas de su propio partido que a sus deberes institucionales.
Y si no, díganme alguna acción o gesto que, más allá de los condimentos para los titulares y los pancartazos, pueda considerarse como signo o muestra del florecimiento de ese “tiempo nuevo” que se empeñan en cantar los poetas andaluces de ahora. Y si por muestra entendemos hasta el más pequeño botón, fíjense en el más cercano: nombrar responsable de su Secretaría de Ideas al alcalde de Albox, Rogelio Mena, destacado ideólogo del arruinamiento de su ayuntamiento hasta niveles de vergonzante indigencia (ni pagar la luz podían) y que alumbró luego la brillante idea de mandar arrestar al electricista que tuviera el coraje de ir a cortarles el suministro. Algo debe estar fallando, creo, en el PSOE cuando piensan que con este nivel de escenificación basta para dar por bueno el advenimiento de un recambio generacional que consiste –básicamente- en que los mismos que tanto se han empeñado en vivir mirando a la memoria y a la historia, ahora dicen hay que mirar al futuro para no perderse en el pasado. Con un par. Y mientras tanto, en Andalucía, el paro está ya en el 35%. Pero para eso no hay ni ideas ni tiempos nuevos que valgan.
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