No ganamos para disgustos. Cuando todavía no hemos digerido el palo que nos dan en un informe que mide el nivel de corrupción en una comparativa entre países, llega otro estudio (Informe Pisa) que levanta acta del estado de la Educación en los países de la OCDE. Tampoco quedamos bien.
No son registros comparables, pero por coincidir en el tiempo resulta inevitable conjugarlos. Porque generan estados de ánimo. En este caso, de desánimo. Comprobar que pese al esfuerzo que realizamos los contribuyentes para dotar al Estado de recursos para que, a través de los gobiernos autonómicos, asegure la viabilidad de los planes de Enseñanza -en centros públicos o concertados- y observar después los pobres resultados, empuja hacia la melancolía.
No hablo de desesperanza porque en el mencionado Informe Pisa, se observan pequeños progresos genéricos de los escolares españoles en comprensión lectora y en algunas comunidades también en conocimientos matemáticos. Pero es consuelo de pobres porque, en general, lo que describe es que estamos estancados. Que algo falla.
Así las cosas, lo deseable sería que nuestros políticos tomaran conciencia del problema capital y fueran capaces de sustraerlo de la batalla ideológica. Cosa que no ha sucedido en el caso de la LOMCE ni, por cierto, en la discusión de todas las leyes educativas aprobadas por los gobiernos anteriores. Lamentarnos no sirve de nada. Creo que lo razonable sería ampliar el margen de autonomía de los maestros para que haciendo suyas las líneas generales de los planes educativos luchen para que los escolares se tomen en serio los estudios.
Sé que en plena crisis y con cinco millones de parados decir que tenemos que preocuparnos más por la educación y menos por la prima de riesgo, puede parecer frívolo. Pero no lo es. La educación, el conocimiento, es la llave del futuro. Si no damos prioridad a estas cuestiones es que como país no tenemos arreglo. Y que nos merecemos todo lo que nos cae encima.
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