Hace años, mi mujer preguntó en varias entidades bancarias cómo calculaban ellas el euríbor, para así sacar sus propias conclusiones. Se la quitaron de encima diciéndole: “¡Uy! Eso es algo muy complicado que usted no puede entender”. La conclusión de mi esposa fue muy obvia: “Los empleados tampoco tienen ni idea, por lo que los dirigentes de los bancos pueden estar dándola con queso a sus clientes”.
Ya ven que la mujer tenía razón cuando la propia Comisión Europea acaba de poner una multa de órdago a seis de las principales entidades financieras del continente por manipular ése y otros índices del precio del dinero.
Lo peor del caso es que la gigantesca estafa bancaria no es una modesta falta administrativa. ¿Cuántos miles de millones habrán sustraído esos bancos a sus clientes cobrándoles de más? ¿Cuántas hipotecas no habrán podido pagarse por este encarecimiento indebido en los tipos de interés? ¿Cuántos dramas personales y familiares se habrán vivido a cuento de ese fraude colosal y perverso?
Por eso, no basta con una simple multa. Por coherencia con el delito, por sus consecuencias y por la alevosa conducta de sus perpetradores, éstos no sólo deben devolver lo robado sino asumir, además, las correspondientes responsabilidades penales, cárcel incluida.
A comienzos de los 90, alguien buen conocedor de nuestro sistema bancario me dijo: “La mayoría de los banqueros españoles debería estar en la cárcel”. Probablemente tendría razón, a tenor de lo que hemos llegado a ver con posterioridad. Lo único que le faltó entonces, a tenor de la actual estafa del euríbor, fue añadir: “Y la mayoría de los banqueros europeos, también”.
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