La ley Fernández

Pedro García Cazorla
01:00 • 15 dic. 2013

En política lo principal es la oportunidad, entendida como el momento adecuado para  realizar lo que incomoda a la sociedad o al menos a un amplio sector de la misma. No es lo mismo restituir la paga extraordinaria a los funcionarios, que publicar en el BOE la Ley Fernández, así se conoce la nueva Ley de Seguridad Ciudadana.


Si el gobierno tuvo un revés esperado con el derribo de la doctrina Patriot, como consecuencia de la sentencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos y fue acusado de debilidad con los terroristas, dentro de los ámbitos donde se encuentran ubicados sus caladeros de votos y por los mass media afines. La reacción no se hizo esperar y los reproches ahora son aplausos y palmaditas en la espalda, menos contemplaciones y más mano dura para los que hacen escraches o paralizan un desahucio, tienen la osadía de fotografiar un policía o ultrajar los símbolos más sagrados de nuestra patria, para los que se resisten sin violencia a retirarse de una plaza o se manifiestan ante la sede de la instituciones que nos representan. Antes penalizados como faltas y penados  con multas moderadas, ahora convertidos en infracciones administrativas, sancionables con multas millonarias.


Esta complicidad con un sector de los electores no es antinatural en la política, más bien es consecuencia de una forma de concebir el arte de gobernar.  Por eso la Ley Fernández, no es necesaria y tampoco oportuna, tiene un tufo revanchista y un sesgo autoritario inquietante, no originará paz social y si miedo. El mismo miedo que tuve viendo un documental, que rodaron militares del ejército aliado, cuando entraron en los campos de concentración de los nazis. En una de las escena un hombre famélico es seguido por la cámara hasta una valla metálica derribada, en el suelo también se ve una alambrada de espino retorcida, entonces el recién liberado se acerca y  toca una de la púas con su dedo.  No sé qué quería decir, pero el tamaño de aquellas púas era más pequeño que el de las concertinas, instaladas en las vallas de Melilla y Ceuta. Sería demagogia hacer comparaciones, pero si existe una curiosa coincidencia:los emigrantes son tan inocentes como los judíos que gaseaban aquellos asesinos. 







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