Hace más años de los que quiero acordarme, viendo un Almería-Ath. Bilbao en el fondo sur del viejo Franco Navarro, vi a un enfurecido espectador próximo a mi localidad tirando al extremo bilbaíno Dani una de esas radios forradas de piel que por entonces te traían de Melilla, sin que afortunadamente el improvisado proyectil alcanzase su objetivo.
Acabáramos. Si al velocísimo Dani no lo paraba ni el rotundo Piñero, cacique del juego defensivo almeriense, anda que lo iba a detener un transistorcillo. Eran otros tiempos más recios y no se controlaba tanto como ahora el grado de silvestrismo en los estadios. Desde el lanzamiento de almohadillas o cabezas de cochinillo (sí, amigos del Barsa) hemos podido ver barbarismos de todo tipo contra árbitros y jugadores en la mayoría de estadios, convertidos muchas veces en pasarela y redil de cafres de todo signo. Ahora bien, lo sucedido la pasada jornada en Olula va más allá de cualquier compilación de desórdenes perpetrados en el Planeta Fútbol: un espectador le tiró un perro al árbitro. Así lo recoge el acta del colegiado, añadiendo LA VOZ DE ALMERIA que el animal que tiró al perro no era su dueño, sino un espectador ofuscado que recurrió a lo que tenía más a mano. Y lo más cercano era el perro de un señor que acudió a presenciar el encuentro con su mascota. Las cosas entrañables de nuestros pueblos. Por desgracia las informaciones no revelan la raza del perruno proyectil, lo cual es importante de cara a la tipificación penal de tan desmedido gesto, pues no es lo mismo recibir un mastinazo que un canichazo, sin me permiten la acuñación. Aunque si quieren que les diga la verdad, creo que el colegiado bien puede darse por satisfecho al sobrevivir a este pintoresco incidente, porque lo insólito en el campo del Olula no es que te tiren un perro, sino que ese perro no sea de mármol. Y eso ya son palabras mayores.
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