Me consta que Andrés Góngora (COAG) no era proclive a denunciar la valla publicitaria del “polvo”. Sin embargo, ante la presión de la asociación CERES, consintió que la denuncia copara portadas de periódicos, apareciera en telediarios, incendiara redes sociales, enardeciera aguerridas defensas de género e involucrara a partidos políticos, instituciones, asociaciones, observatorios… en fin, era un perfecto asidero reivindicativo y ruidoso, coincidente con el Día de la Mujer y, por ende, argumento para surtir notoriedad a una asociación que se arroga la dignidad de todo el colectivo de mujeres agricultoras.
Se ha conseguido el efecto deseado por la empresa anunciadora: penetración, notoriedad y gratuidad en la enorme amplificación de un polvo de uso agrícola que, de momento, se desconoce si es un nutriente, pesticida, coadyuvante… No importa lo que hace, arregla o fulmina, pero ya hay un inusitado interés por conocer el famoso “polvo” y algunos lo piden por el “polvo del follaero”. El anuncio, desde el punto de vista de arte publicitario, es simplista, burdo, primario y cutre. El diseño gráfico es lamentable y contiene faltas ortográficas: signo de exclamación al final de la frase, al estilo anglosajón; polvo con mayúscula, como un énfasis intencionado para inducir a la ambigüedad. El producto es un granel sobre el que aparece una nube turbia y difusa de idéntica tonalidad que desequilibra la composición y descompensa la incidencia visual. No hay marca, pack, aplicación… O sea, que se anuncia un polvo con claro interés anfibológico.
La anfibología (ambigüedad), aplicada a la agricultura, es meterse en un berenjenal: melones, peras, higos, nabos, pepinos… adquieren parangón metafórico sexual. El polvo es una de las primeras metáforas que conoce nuestra cultura judeocristiana: polvo eres y al polvo volverás (Génesis III 19). La transgresión se evidencia en la asociación polvo-mujer: mal asunto.
La chica que aparece en el anuncio se percibe como incitante sugerencia derivada de la ambigüedad. Sin embargo, la “utilización” de la mujer en la publicidad explícita de sexo y vejación se acepta como sección diferenciada de la publicidad “normal” a la que no se le permite argumento transgresor alguno.
La hipocresía y la sobreactuación alcanzan a todas las ideologías. Comenzó la izquierda “progresista”, y el centro-derecha quedó abducido por la batalla del discurso políticamente correcto. Todo es un “bienqueda”, hasta para aquéllos que reconocen a las mujeres por “la de las tetas gordas”.
La dignidad y respeto de género no es impostura. Ruborizarse y exaltarse hasta belicosa exhibición evidencia una escenificación que esconde carencias: dime de qué presumes…
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