Ayer decíamos que había un malestar de fondo en la sociedad española y solo nos referíamos a la cuestión educativa. Hoy tenemos que lamentar algunos peligros más. Según Eurostat, el paro juvenil alcanza en nuestro país el 53,6 por ciento. Solo nos supera Grecia. En Francia ya conocen los resultados de la segunda ronda de las elecciones municipales del 30 de marzo. Palo sonado a los socialistas. Ascensión del centro derecha y triunfo del Frente Nacional, que no quiere decir que todos sus votantes sean fascistas. El caldo de cultivo que explica estos resultados sería el desempleo masivo de asalariados y clase obrera, rechazo de la opinión pública a la política del Gobierno , corrupción , abstención altísima capaz de dar al traste con la democracia. Trasladados los problemas a España, que es lo que aquí nos interesa, aún podríamos completar el cuadro con algunos borrones supletorios. Aquí se habla de los millones al borde de la pobreza por más que Montoro lo disimule, de la deflación, del deterioro del mercado laboral, de la inseguridad y del odio sartriano al otro, lo cual abre caminos insospechados a la ultraderecha al estilo del griego Amanecer Dorado o al avance electoral de Marine Le Pen. No sabemos en qué estaría pensando Rouco Varela cuando en el funeral de Suárez recordó a los políticos allí presentes que si no buscaban la concordia podríamos volver de nuevo a la guerra civil. Síntomas malignos el menos enterado los ve. Se está hablando mucho de la desafección del ciudadano español por la política, por la muerte del bipartidismo, por la corrupción ya casi inabarcable a pesar de tanta comisión de investigación y tanta ley de transparencia. La ultraderecha aquí parece inexistente pero asoma cuando menos lo pensamos y en situaciones insólitas. Unas veces se encarna en algún personaje del PP ( uno de esos dinosaurios que todavía no se han extinguido), otras se adivina en disposiciones o en querellas contra algunos jueces. Como dice un editorial de el Pais el ascenso del “lepismo”- como el de los demás populismos de derecha e izquierda- denota un malestar de fondo que no se resuelve con descalificaciones”. Atención pues demócratas.
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