Que lo del susanato era una continuación del mismo régimen pero con otro número de tinte se veía ya incluso antes de la lectura del testamento político de Griñán y el nombramiento de su heredera directa. Lo que nadie se imaginaba es que el coste del sillón incluyese para Susana Díaz la pública humillación a la que le han sometido en las últimas horas sus socios de gobierno bipartito.
Algo debe tener el poder cuando su conservación prevalece sobre la dignidad personal, el decoro político y la integridad institucional. Andalucía no se merece el espectáculo de chulería, chalaneo y deshonra propiciado por dos partidos, PSOE e IU, coaligados en el objetivo de sostenerse mutuamente en el poder, mientras se revelan como ineficaces a la hora de resolver los graves problemas de empleo, corrupción y servicios básicos que nos afectan. Amparados por el necesario peso de sus votos, los socios radicales de IU han aprovechado para ir más allá de donde jamás le permitieron llegar los votos recibidos, exhibiéndose como pintorescos paladines de la utopía, la ocupación, el robo en los supermercados y otras ocurrencias, perfectamente compatibles con las grandes mejoras personales que propician los sueldos y los despachos oficiales.
Todo ello, ante la complaciente y a veces complacida colaboración de los socialistas, más preocupados de convertir a su presidenta en una especie de referencia política nacionalprogresista que por conseguir sacar de su actual situación a la comunidad española más castigada por el paro y la desatención. Una presidenta a la que el impulso defensor del orden legal le dura apenas veinticuatro horas y recula de sus posiciones para permitir que sus socios vulneren la ley y además se limpien en la cortina, ni puede, ni merece seguir por más tiempo en un cargo que ni ganó, ni está sabiendo mantener.
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