Recuerdo bien los años en que aquí aparecieron los ecologistas. Los promotores inmobiliarios, aquellos que veían en la construcción el nuevo Eldorado miraban al ecologista como un ser vulnerable, un hijo de papá que protestaba porque no tenía otra cosa mejor que hacer.
A la vista de lo que entonces se llamaba el desarrollo insostenible el hecho de que un jovencito viniera diciendo que había que conservar la lagartija amarilla ponía de los nervios a los emprendedores. Habráse visto, decían estos últimos, ni siquiera poniéndole nombre latino a la lagartija se puede tolerar esta insolencia juvenil contra los creadores de riqueza. Sin embargo el mundo comenzaba a crujir. La defensa ecologista no era una pijada de una clase social desocupada. Los nombres de batalla que iban tomando las distintas asociaciones ya decían dónde comenzaba el mal: ‘Ecologista Mediterráneo. Salvemos Mojácar’, etcétera. A nivel mundial había en los periódicos como una gran polémica con pretensiones científicas ¿A qué se debían los signos del calentamiento global? ¿Por qué razón se estaba deshaciendo el hielo en los casquetes polares? Unos decían que sí y otros que no, como la Parrala. No faltó tampoco la perversión de algunas grandes empresas contaminadoras que con su dinero sobornaron a ciertas firmas pseudocientíficas para que publicaran que el cambio climático era un cuento para niños reacios al sueño.
Hoy poca gente duda del cambio. Es cierto que se tomaron algunas medidas que a esta altura resultan insuficientes. El recorte de los gases de efecto invernadero como prescribía el estatuto de Kioto, que por cierto no cumplen las naciones más industrializadas, lo que sugiere es que el desastre puede llegar si nos cruzamos de br azos. Algunos expertos son ya radicales: El investigador Ottmar Edenhofer dijo en Berlin con motivo de la presentación del informe sobre el cambio climático auspiciado por las Naciones Unidas, que “ tenemos que despedirnos del sistema económico”. No creo que sea eso lo que están esperando los grandes líderes mundiales. El hombre hasta que no ve el peligro no se inmuta. Seguramente tendremos que irnos a vivir a otro planeta antes que el capitalismo deje de calentar el medio ambiente.
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