Este periódico ha emprendido una saga sobre la “Operación Poniente” aprovechando el informe definitivo de la Agencia Tributaria.
Acabo de leer la novela “Crematorio”(2OO7) de Rafael Chirbes, y veo que el ansia desesperada por lucrarse del erario público, comer como reyes los crustáceos más caros como si el Mediterráneo se fuera a secar al día siguiente, no es propio de aquí solo sino de casi todas partes.
Menos mal que la novela histórica ha abandonó ya asuntos como los templarios o los códigos de Vinci para poner su espejo delator delante de lo ocurre en nuestra vida cotidiana. Según Chirbes el delirio de la construcción se resumía en un lagartijar comprado por nada y menos.
Antes de pagar , el comprador trataba con algún ayuntamiento. Un funcionario, debidamente untado, lograba la recalificación de los solares, éste encargaba presto el proyecto y en pocos meses lo que fue un campo de carrizales se transformaba en una urbanización de cien buganlows adosados con piscina y pista de pádel. No hace falta decir que el nuevo dueño ganaba así como diez mil veces más de lo que había pagado en principio por el solar.
La ley del suelo inspirada por Aznar daba rienda suelda al desmadre del ladrillo cutre. Luego venían otras cosas. Estos empresarios o emprendedores, como ahora se dice, venían de luchar contra el franquismo , algunos hasta fueron revolucionarios, pero pronto vieron que lo primero era hacer dinero, cambiar de esposa, darse al placer comprado de rusas, rumanas, y ucranianas con esa desesperación del sexo cuando la carne no da de sí.
¿Dónde la vieja moral? ¿ Dónde la ética de la transición ¿. Aglunode ello hasta aparecia en Semana Santa dando los tres toques de la “levantá” a los sudorosos costaleros.
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