Los lectores habituales que acumulen ya varias renovaciones del DNI recordarán el revuelo editorial causado en la España tardofranquista por un libro titulado “El retorno de los brujos” (original “Le Matin des Magiciens”) publicado en 1960 y escrito por Louis Pauwels en colaboración con Jacques Bergier. La obra (alguna mudanza o algún visitante sigiloso de mi biblioteca distrajo el ejemplar que conservaba) abordaba cuestiones por entonces poco frecuentes: apariciones, ciudades perdidas, platillos volantes, nigromancias y todo tipo de misterios. En definitiva, uno de esos libros que sin estar incluidos en ningún Indice, eran considerados poco recomendables para los adolescentes almerienses de los años setenta, tal como pude deducir por algunos comentarios recibidos en casa y en el colegio. Y aunque la lectura actual del libro podría resultar tan predecible como todos esos actuales espacios radiofónicos de misterio nocturno, recuerdo que en la obra se describían algunas prácticas de los brujos o chamanes para poder penetrar en los secretos de la mente humana. Y como generalmente todos esos trances eran consecuencia de la ingestión de algún mejunje alucinógeno, creo que es mi deber ciudadano alertar a la Junta Electoral Central para que envíe a la Guardia Civil a hacer controles de estupefacientes a algunos políticos. Y es que aquí hay gente que se debe chutar o meter algo para salir a los mítines, no sólo porque luego aseguren ver a Jesucristo, al Ché Guevara y a Felipe González en la misma onda, sino porque además dicen que son capaces de leer la mente ajena. “A pesar de sus disculpas, Cañete sigue pensando lo que dijo”, ha señalado ante su bola de cristal la candidata socialista Valenciano. Ya me dirán cómo demonios se puede saber eso. Por eso creo que Cañete debería pedir a Valenciano una disculpa pública por semejante alarde de superioridad intelectual.
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