No hay lugar del país que no se hable hoy sobre si se es republicano o monárquico: sus pros y sus contras. Ya hay tertulias políticas sobre qué es la República y lo que supone. No importa el foro, la edad, el entorno, la familia, el trabajo, el barrio, etc. en cualquier rincón se habla, se opina y se manifiesta. Hoy una niña de poco más de diez años, a la que no conocía, de manera distendida y jovial ha sacado el tema, como un brote fuerte y fresco en una tierra reseca y agrietada: no venía a cuento pero, con locuacidad, nos ha hecho un recorrido sobre nuestra Historia y sobre si ella prefería una Democracia Monárquica o una República. Sopesaba los pros y los contras en voz alta.
La abdicación está jugando un papel muy importante en la sociedad española y sobre el modelo de Estado que los ciudadanos queremos. Empezamos a preguntarnos y a buscar respuestas: Se ha generado debate en la calle. Un debate sosegado y maduro. Empezamos a indagar en las lagunas que nos crearon en nuestra historia, y con mirada más crítica leemos de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Esta coherencia ciudadana no parece de acorde con lo que ocurre en el Parlamento. A. Gutiérrez-Rubí termina diciendo en un artículo: “Cuando el cambio exterior es superior al cambio interior, es insoportable”. En los debates parlamentarios hablaron: “de cambio de página” y también de “tiempo nuevo”, pero aún no se han dado cuenta que haremos un cambio de página en tiempos nuevos cuando tengamos un sistema de participación radical, con un proceso constituyente con debate, de acorde a lo que ocurre en la vida cotidiana de la sociedad española y no en la que viven sus señorías. Tras 40 años la Constitución de 1978 necesita una reforma profunda desde la organización territorial, el Senado y la Ley Electoral, hasta los partidos políticos y pasando por la Justicia. Urge airear y renovar lo putrefacto: el viento comienza a soplar a favor de la democracia y de la ciudadanía, que clama en el exterior, una sociedad más justa y equitativa, social y judicialmente.
No sé en qué quedarán las páginas históricas que se escriban sobre el reinado de Juan Carlos I: si contemplarán el caso Urdangarín, los millones del monarca en Suiza, las cacerías de elefantes o si Corinna lo asistirá en su lecho de muerte. No quiero ni pensar el por qué urge aforarlo, porque para mí lo más interesante, y que no aparecerá escrito, es que todo un país se empieza a preguntar y cuestionar, con madurez, qué tipo de Jefatura de Estado quiere y, con la abdicación del rey, se han empezado a sembrar millones de semillas que pronto brotarán.
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