Jordi Pujol no es un padre de la patria cualquiera, sino que lo es de dos, de dos patrias, España y Catalunya, aunque la última y lo mismo la única que se le ha descubierto es la del dinero, esa patria transnacional, privada, exclusiva, de los grandes patriotas de guardarropía. Sin Jordi Pujol, que tanto ha contribuido a la gobernabilidad del Estado central y del de su tierra, bien solo o en compañía de otros, de quienes fueran, no se entendería la Transición, ese viaje sin moverse del sitio, pues dejó intacta la esencia del régimen franquista, que no era otra que la de la corrupción. Que a ello se prestara Pujol, el único político de derechas que fue salvajemente torturado por la policía de Franco, no añade sino consternación al escándalo.
El honorable que, en puridad, nunca lo fue, pertenece, como digo, al género de los grandes patriotas, de los de mucho te quiero, perrito, pero pan, poquito. El amor que Pujol profesa a la patria, a las patrias en su caso, no debiera, en todo caso, ponerse en duda, pues se trataría de uno de esos amores desaforados, invasivos, posesivos, de apropiarse, en fin, del objeto amado. Treinta y cuatro años, que se dice pronto, defraudando a Hacienda y ocultando su enorme y yerma fortuna lejos del alcance de los niños españoles y catalanes que necesitan escuelas y de los enfermos catalanes y españoles que necesitan hospitales, pero, eso sí, amando a la patria, a las patrias, como sólo él sabía hacerlo, o, como mucho, también algunos de sus allegados familiares, que en eso han salido a él. Por no entregarle al Fisco la mitad de la peseta que honradamente gana, cuando la gana, un pobre es amenazado, multado, execrado, perseguido, embargado, intimidado, desahuciado y, si el Estado está muy canino porque quienes lo habitan se han llevado hasta la escoba, encarcelado, pero éste señor llevaba treinta y cuatro años llevándoselo a puñados sin que se le cayera un céntimo en el suelo patrio, y nadie le dijo ni pío. Es lo que tiene ser Molt Honorable, Padre de las Patrias y Faro y Guía de la Transición.
Su “hijo político” (¡uf!), Artur Mas, se ha visto en la necesidad de retornar deprisa y corriendo a la adolescencia para matar figuradamente al padre. Le ha quitado el despacho, la secretaria, el chófer y los cerca de 90.000 euros que le seguíamos pagando en atención a sus altos servicios a la patria. A las patrias. A las dos.
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