SSe ve que van regresando de sus vacaciones los heraldos del miedo. Según ellos, los ciudadanos han de tener miedo a todo cuanto pueda perjudicarles... a ellos, cuando, en realidad, son ellos los que vienen dando un miedo espantoso. En su profunda aversión a la voluntad popular cuando malician que pudiera serles esquiva en las urnas, han aprovechado agosto y la hamaca para perfilar el golpe político que debe complementar al económico que ya han dado, y que consiste en repintar de azul el mapa azul de España, cuya primera mano se desconcha y se cae a pedazos. La pintura sale de su mayoría absoluta; la brocha, el instrumento para el chafarrinón y la ñapa, es el miedo.
De ahí que el PP y sus voceros apelen al miedo para justificar el blindaje de los grandes municipios en sus manos mediante el truco de que la lista más votada, el listo más votado, manden como si les hubiera votado la mayoría de los electores. Pero, ¿qué clase de miedo podría servir para meter sin anestesia, sin vaselina, semejante cosa en el ordenamiento democrático? Muy sencillo: a un supuesto y tenebroso Frente Popular, producto de la alianza pos-electoral de los partidos de izquierda que, en conjunto, consigan verdaderamente, legalmente, legítimamente, la mayoría de los sufragios. Y ahí es cuando sacan a Podemos, al espantable espectro de Podemos, al que señalan como seguro aglutinador de esa izquierda, de ese Frente Popular, al que acabaría pegado, como mosca en serpentina amarilla, hasta el PSOE.
Con la tontería, el PP pretende cargarse el fundamento de la democracia convirtiendo un 40% de los votos en un 51%. Por la cara. Semejante desprecio no ya por la democracia, sino por la lógica y hasta por el buen gusto, revela un miedo anterior al que pretende infundir en las personas, un miedo nodriza como si dijéramos: el suyo propio ante los resultados de las próximas elecciones. Pero el miedo, que es una cosa muy mala en proporciones locas, nubla el entendimiento, y pudiera ser que el tiro, con cacicada y todo, le acabara saliendo por la culata.
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