La Diada y el meteorito anunciador

Rafael Torres
22:25 • 09 sept. 2014

Un pedazo de meteorito, como una estrella fugaz a lo bestia, pudo verse la otra madrugada surcar lentamente, y con gran aparato lumínico, el cielo de Catalunya. Quienes atribuyen a los partidarios de la independencia un pensamiento mágico, irracional, no deberían extrañarse si alguno de ellos interpretara el suceso celeste como el augurio de una especie de fin del mundo al revés, es decir, del principio del mundo que desean, pero ningún independentista ha dicho nada sobre el particular hasta la fecha. Y es que, en contradicción al discurso que les descalifica y demoniza, los independentistas catalanes son catalanes, como mínimo tan catalanes como los demás catalanes, de modo que no hay razón para suponer que han perdido lo que le es tan característico a los de su nación, el sentido práctico. O dicho de otro modo: deben considerar que es más práctico ir por libre.


   A la Reina de Inglaterra le horroriza que Escocia pudiera independizarse, pero ahí acaba el drama que esa posibilidad suscita en el Reino Unido. Aquí las cosas parecen ser, siendo parecidas, muy distintas: no ha chocado gran cosa lo del bólido anunciador sobre los cielos en vísperas de la Diada, porque con el sólo amago de que en Catalunya pueda haber una consulta sobre la independencia es como si hubieran caído ya sobre nosotros las Siete Plagas de Egipto. ¿Qué puede haber de malo en saber, mediante el procedimiento más fiable (las urnas), qué piensan sobre el particular los habitantes de Catalunya, y cuántos piensan una cosa, y cuántos otra? La Democracia, si es algo, es respeto, y el respeto se debe a todos. Necesariamente ha de ser, en un caso tan polarizado como éste, recíproco. Tan respetables son los argumentos de los que quieren que su país se constituya en Estado, como los de los que prefieren mantener la ligazón actual, como los de los que querrían su pertenencia a una República Federal, como los de los que no cifran en una cosa o en otra una mayor felicidad para ellos ni para su pueblo. ¿A qué, entonces, ese prohibir que se expresen y se confronten en libertad todos esos pensamientos?    Una piedra sideral pasó por el cielo de Catalunya, y de Andalucía, y de Castilla, y de Levante, emitiendo destellos y dejando un rastro de polvo de luz. Anunciaba algo: que seguimos vivos y que el sol sale para todos.







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