Tordesillas no es una isla del Medievo donde perviven, anacrónicas y residuales, celebraciones salvajes: casi toda España, sobre todo "en fiestas", compone un inquietante archipiélago. En ese friso descorazonador se representan toda suerte de sevicias y torturas a los animales, ya sean cabras, gansos, vacas o toros, y en todos los casos en presencia de los niños, a los que se adiestra de ese modo para conservar dentro de sí el "sentimiento" de la tradición. El alanceamiento del Toro de la Vega acaso alcance, sí, la expresión más brutal del error al discernir qué debe y qué no debe conservarse, pero no tanto, aun siendo mucho, por el desprecio a la vida que supone, como por la insoportable imagen de alienación colectiva que desprende.
Entrar a discutir a estas alturas lo obvio, que el respeto a la dignidad, a la integridad y a la vida de los animales es el mismo e indisociable que el respeto a la dignidad y a la vida de las personas, no merece la pena, pues no hay peor sordo que el que no quiere oír. Descartado el debate, que en esa vega cursa en pedradas y agresiones contra los pacíficos defensores de los animales, lo único que procedería, y ya tarda unos siglos (Godoy quiso abolir todo esto y casi lo matan), es una apuesta radical por la Educación, es decir, por una elevación cultural y moral incompatible con estas prácticas tan tradicionales como odiosas. Parafraseando a don Manuel Azaña, la Educación no es que haga felices a las personas, sino que las hace, sin genero de duda, educadas. ¿Y desde cuando un tío con educación ética y estética va a tirar una cabra por un campanario, a ponerle bolas de fuego en los ojos a un toro o a atravesarlo con una lanza? Wert, lamentablemente, no parece estar muy por la labor.
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