Gloria no se lleva, pero paz sí que deja. Una paz relativa, pues permanece el que le dio carta blanca para estropear a su modo, a su delirante modo, los derechos civiles de los españoles. O dicho de otro modo: se va el personaje que dijo, al poco de hacerse incomprensiblemente con la cartera de Justicia, que gobernar, a veces, es repartir dolor, pero se queda el que sigue repartiéndolo, y no a veces, sino todo el rato. Gallardón y Rajoy.
Gallardón se va, pero queda su huella, el rastro de su obra, su desastroso legado: las tasas judiciales que convirtieron el derecho a la tutela efectiva de la Justicia en el privilegio de la Justicia en efectivo; los aberrantes indultos a torturadores y "kamikazes", la privatización encubierta del Registro Civil o esa Ley Orgánica del Poder Judicial que facilita y extiende los espacios de impunidad. Deja una Administración de Justicia más pobre y más lenta, un sentimiento de rabia, perplejidad y hastío en todos sus actores, la condición legal de la mujer por los suelos y propuestas tan regresivas e inhumanas como la del restablecimiento de la cadena perpetua. Deja, en fin, en diferentes grados de operatividad y vigencia, todo un catálogo de sevicias institucionales contra los concebidos y sí nacidos, pero el que se queda, el que le puso, el que le animó y le otorgó el poder de idear y ejecutar todo eso, Rajoy, no parece dispuesto, ni poco ni mucho, a hacer borrón y cuenta nueva, a aflojar el dogal que el dimitido echó al cuello de la gente.
De su patética despedida, narcisista y huera, cabría extraer, no obstante, un pasaje donde era reconocible una verdad: "La política me ha dado infinitamente más de lo que yo le he dado a ella". Nadie lo duda, aunque eso le emparenta mucho con la mayoría de los políticos en activo. Se va, pero deja el daño hecho, no la memoria del dolor que se hinchó a repartir, sino el daño vivo, pues su mentor, el presidente del Gobierno, no hará nada, sino antes al contrario, por curar. Se va, en fin, Gallardón en buena hora, aunque buena, solo, porque se va.
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