Cuatro siglos antes de Cristo, un médico griego llamado Hipócrates decía que ni la sociedad, ni el hombre, ni ninguna otra cosa deberían sobrepasar, para ser buenos, los límites establecidos por la naturaleza. Y usted y yo sabemos que el tiempo de curación razonable para un resfriado viene a ser más o menos una semana y que no hay medicamentos milagrosos cuando un trancazo se te instala de okupa entre pecho y espalda. Por eso supongo que la repentina y sorprendente curación de Susana Díaz del gripazo que impidió su viaje a Valencia para mitinear con su secretario general, el también socialista Pedro Sánchez, habrá despertado el interés de prestigiosas revistas científicas como “The New England Journal of Medicine” o “The Lancet”, sin descartar que la milagrosa recuperación no haya despertado también la curiosidad de “Mundo Cristiano” o “L-Osservatore Romano”, dada la conocida atención que el Vaticano pone en los prodigios de la carne. Por el momento sabemos que, tras comunicar por guasap su indisposición, la presidenta reapareció al día siguiente, vital y fresca, en la localidad malagueña de Montecorto, dejándose allí abrazar y besar sin miedo al contagio. Más que sana, Susana ha advertido además a la muchachada de Podemos que “cuatro profesores universitarios no van a venir a Andalucía a decirnos lo que tenemos que hacer”, quizás porque ya se ocupa bien la Junta de decirles a los profesores universitarios andaluces no sólo lo que hay que hacer, sino sobre todo lo que no hay que hacer. Desde aquí nos felicitamos por la fulgurante sanación de nuestra lideresa autonómica, a la que desde aquí solicitamos con humildad que, si tiene a bien, comunique a los responsables del SAS qué demonios le ha dado su equipo médico habitual para ponerla como un reloj en cero coma. Lo digo por el caos –perdón- la “alta frecuentación” de las urgencias estos días. Sería un detallazo.
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