Montoro y Monedero

Montoro parece haber actuado más desde el sectarismo que desde la neutralidad a que su cargo le obliga

Rafael Torres
23:09 • 11 feb. 2015

Ni las presuntas pillerías fiscales de Juan Carlos Monedero justifican los desmanes del ministro de Hacienda, ni éstos reducen o atemperan las eventuales responsabilidades de aquél, en el caso de que, a través de un procedimiento técnico y limpio, se establecieran. Sin embargo, diríase que, en punto a pecados, Montoro ha pecado, de momento, más, pues se ha cargado pública y reiteradamente la obligación de confidencialidad, afectando gravemente con ello la investigación de la supuesta infracción o delito.


O dicho de otro modo: Montoro, el pintoresco e inquietante ministro del ramo, parece haber actuado más desde el sectarismo que desde la neutralidad e imparcialidad a que su cargo le obliga, es decir, que se ha comportado más como un miembro del PP contra Podemos, que como un señor ministro de Hacienda. Del uso, el abuso más bien, de los mecanismos e instrumentos del estado, así como de su poder coercitivo, en el combate contra los adversarios políticos, deberían derivarse, bien que en el caso de que ésta fuera una democracia real, garantista y decente, unas responsabilidades políticas cuya sustanciación harían incompatible al señor Montoro con el cargo que ocupa.


Dicho esto, que en caso de que el ministro lo oyera, lo oiría como quien oye llover, cabe decir que el asunto de los ingresos oscuros y millonarios (uno piensa todavía en pesetas) del señor Monedero, y de su errática y chanchullesca tributación al Fisco, se presenta feo, sin que la actitud aún más fea si cabe del ministro alcance a convertirlo, ni un ápice, en más bonito. En lo de Monedero uno ve, a resguardo de lo que un procedimiento como dios manda diga, lo que ve todos los días en todas partes, la picaresca para burlar los rigores de un Estado que pide mucho más de lo que da. Lamentablemente, el discurso regenerador del señor Monedero, que le presenta como azote del fraude, no ayuda a ver con ninguna comprensión ni benevolencia su caso, y menos aún cuando el susodicho se esconde en una organización, como si ésta o sus miembros tuvieran arte ni parte.




Monedero y Montoro. Montoro y Monedero. Qué mal los dos.






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