Como el agua que bebemos

Aunque no esté de moda hablar de igualdad, deberíamos de hacerlo. “Si, de verdad lo hablamos y deseamos, podemos cambiar esta realidad ahora. Pongámoslo en la agenda, en las demandas, en los papeles, en las conversaciones y en la vida”. Con estas ideas finalizaba Concha Caballero, fallecida recientemente, uno de sus últimos artículos en El País.

La ex parlamentaria dejó la política activa para volver a dar clase y colaborar en varios medios de comunicación, desde donde dejaba un rastro de compromiso fácilmente reconocible, especialmente en un momento en el que con la excusa de la crisis la desigualdad ha tocado fondo.

He recordado a Concha Caballero, a la que solo me unía mi curiosidad como lector de las columnas que escribía, tras conocer una de esas abrumadoras realidades con las que nos desayunamos tan a menudo y que deberían de sonrojarnos. Me estoy refiriendo a la brecha salarial, a eso que a veces se ve tan normal: que un hombre cobre más que una mujer por el mismo trabajo. Según un informe elaborado por el sindicato UGT, en nuestra provincia la diferencia se sitúa en el 15%. Pero no es solo que la diferencia de sueldos se haya ampliado, no, es mucho peor: la brecha se está ensanchando sobre salarios cada vez más bajos.

Las razones que se esgrimen desde el sindicato para explicar el porqué de este retroceso se encuentran, entre otras, en la reforma laboral aprobada por el Gobierno de Rajoy, que ha sido letal para las mujeres, y en los recortes del Estado del Bienestar, que han contribuido a reducir la presencia de mujeres en el mercado laboral.

Estas cifras que nos escandalizan pasarán de moda en unos días. No sé si se hablará más o menos de esto en los hogares, en las empresas o en los bares, pero de lo que estoy convencido, como escribía Concha, es que la reivindicación de la igualdad debería formar, hoy más que nunca, parte de nuestras vidas, como el agua que bebemos.