Al margen de organismos oficiales o de literarios clubs de alterne, quiero rendir mi homenaje personalísimo a Antonio Machado en el 76 aniversario de su muerte. Fue el poeta de mi juventud. Así que incluso lejos de la bibliografía necesaria, puedo vaciar espontáneamente mi corazón. En mi Bachillerato tropecé con un texto de la Editora Nacional donde se recogía, además de Lope de Vega, Góngora y otros muchos, algún poema bien expurgado de Antonio. En aquellos años querían hacerlo del régimen. Frente a Juan Ramón Jiménez, modernista y con influencias europeas, Machado parecía, al menos en la forma, un poeta del siglo XIX. Sin embargo, sus versos tenían la claridad y la profundidad del agua quieta y clara. Sus obras completas ocuparon pronto un lugar de preferencia en mi biblioteca. Sirviéndome de las teorías de Dámaso Alonso sobre el significante y el significado, llegué a entrever la razón escondida de tantas “tipologías” como aparecen en sus descripciones campesinas. La tarde, el camino, los pinos, los álamos, los sueños, el tiempo que pasa, el amor que no vuelve, eran materia constante de sus meditaciones. Esto me llevó a analizar el poema de Soledades “ Yo voy soñando caminos” que recoge precisamente buena parte de estas melancolías. Años más tarde, conforme arreciaba la contestación contra régimen de Franco, comenzaron las peregrinaciones a Colliure. Primero fueron los poetas de la Generación del 50, luego las asociaciones estudiantiles y, por último, los representantes de los partidos políticos de izquierda que ya con el atisbo de la Transición. Entre las gentes menos enteradas de lo que pasó en la guerra, Serrat encendía las velas de su altar con consejos machadianos como aquel que dice: “caminante no hay camino/, se hace camino al andar”. Venimos así a conocer la faceta política de Machado. Había defendido la República: había abandonado Madrid, marchando con el Gobierno derrotado a Valencia, había cruzado con su madre la frontera francesa en una de las más lastimosas y lastimeras huidas para morir en el exilio. El gran Antonio, su infancia son recuerdos de un patio de Sevilla. En el bolsillo de su gabán le encontraron después de muerto un verso que todavía ilumina a los que peinamos canas y seguimos sin entender la cerrazón de aquella España que iba a helarnos el corazón.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/77460/mi-homenaje