Sí, minusválido. O si lo prefiere, minusvalorado. Por que en realidad es así cómo nos sentimos. En estos tiempos que corren en los que cuantificamos casi todo de manera económica, tener una discapacidad también tiene un precio. No hablo de la carga emocional de verte limitado con respecto al resto de quienes te rodean. Ni del estigma social (consciente o inconsciente) que te hace deambular con una etiqueta colgada de compasión. Ni del lastre de los empresarios que ven en nuestros derechos un obstáculo emprendedor en lugar de un próspero ingreso económico. Ni de la necedad de aquellos políticos que aún hoy te dan una palmadita en la espalda, te prometen lo indecible y al darse media vuelta le dicen al camarada de turno que eres un jeta porque quieres aprovecharte del dinero público.
Debería echarme a llorar. Tanta lucha de décadas, de años, de todos los días..., para que cada mañana te levantes pensando en qué estupidez escucharás ese día. Afortunadamente tienes a quienes en cada madrugar te dan su fuerza, te aventuran esperanzas y conocen tus realidades. Por ejemplo que, además de comprar el pan, el detergente, los pañales, la leche o unos macarrones; que, además de pagar la hipoteca, la luz, el agua o la basura; que, además de ir al cine, a un concierto o a un partido de fútbol, por tener el sino de haberte tropezado con una discapacidad en tu vida tú gastarás más.
No será por derroche. Ni por complacer un capricho. Ni por despejar las tinieblas de una depresión. No. Será porque no tienes más remedio si quieres seguir siendo uno más. Es el sobreesfuerzo que tendrás que abonar tú y los tuyos para seguir existiendo. Hablo de los costes adicionales asociados a nuestra vida diaria: una ropa especial para no pasar frío en tus inmovilizadas piernas; una suite de hotel porque es la única suficientemente amplia para que se mueva tu silla de ruedas; una crema corporal para evitar las escaras en tu piel abrazada permanentemente a la cama; un ticket de cine para tu acompañante porque tu capacidad intelectual te dificulta ir solo; unas señales luminosas porque el zumbador del timbre de la casa que has alquilado no lo escuchas; o un reloj que te anuncie la hora para salir a pasear porque no ves las manecillas del segundero de tu vida.
FEAPS, la Confederación Española de Organizaciones en favor de las Personas con Discapacidad Intelectual, ha realizado un concienzudo y escrupuloso estudio sobre el esfuerzo económico que debemos hacer las familias de personas con discapacidad, concluyendo que tenemos más gastos que el resto de familias. Para muchos de nosotros esa deducción es una obviedad. Sólo mirando nuestras cuentas a final de mes concluimos que debemos trabajar más para ganar más o gastar menos en lo que para el resto es lo habitual. Lo que quizás pocas veces nos paramos a cuantificar es cuál es ese sobreesfuerzo económico. Los investigadores de FEAPS han resuelto que supera los 24.000 euros al año!!! El doble de cualquier sueldo milerurista. Aún así aún hay muchos que siguen diciendo que somos unos pedigüeños insaciables. Pues eso, que somos minusvalorados.
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