Apenas una semana después de las Elecciones Autonómicas, hemos vuelto a lo de siempre: el Partido Popular ganando en Almería y la Guardia Civil llamando a la puerta del PSOE de Susana Díaz. Nada nuevo bajo el sol. Se acabaron las promesas socialistas, se terminaron las malas formas de la presidenta y los andaluces volvemos a la cruda realidad en la que llevamos inmersos desde hace tres décadas: irregularidades económicas, presunción de delitos, detenciones, más fraude con el dinero para crear empleo y más sombras en torno a la gestión de los cargos socialistas al frente de la Junta de Andalucía. Por desgracia, esta bochornosa imagen de Andalucía no tiene nada que ver con la realidad idílica y edulcorada que estuvo pregonando el PSOE de Susana Díaz durante la reciente campaña electoral. ¿Acaso puede ser equiparable con alguna forma de progreso y calidad de vida democrática esa grabación de una delegada de Empleo de la Junta amenazando a sus empleados con el despido si no salían inmediatamente a la calle a pedir el voto para el PSOE? ¿En qué países del mundo los gobiernos amenazan a los empresarios con perder las subvenciones públicas si no les votan? Pues en Andalucía eso ha pasado, pasa y pasará hasta que no exista un cambio político que permita erradicar la indecencia del libro de estilo de la Junta de Andalucía. Y para los que tengan alguna duda de lo que digo me limitaré a apuntar un dato. Desde que se conoció el reciente escándalo de las últimas detenciones de altos cargos de la Junta de Andalucía, la presidenta Susana Díaz ha dedicado todo su tiempo a negociar las condiciones políticas que posibiliten su impostura. El tiempo que ha dedicado al bochorno de ver a sus compañeros conducidos al juzgado por la Guardia Civil ha sido el justo para decir alguna frase de recurso retórico ante los periodistas. Unos segundos para pasar página de un asunto que revela, como no puede ser de otro modo, la honda raíz del clientelismo político en el que el PSOE ha basado su victoria electoral en el conjunto de Andalucía, salvo la excepción almeriense. La lucha contra la corrupción que tanto pregona la señora Díaz no puede despacharse con argumentos de saldo porque, de ese modo, no hace sino volver a insultar la inteligencia de los andaluces. Aunque hablando de inteligencia, habría que preguntarse si la jugada de adelantar las elecciones para buscar una pretendida estabilidad en el gobierno de la Junta no puede acabar convirtiéndose en un monumental fiasco patrocinado por el PSOE –otro más- para seguir condenando a Andalucía al vagón de cola de todas las estadísticas, salvo la de la vergüenza ajena. En eso sí que estamos imparables.
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